Brokeback Mountain (ídem, 2005)
Jack, te juro…
Hacía mucho tiempo que no veía una película como Brokeback Mountain. Tras su visionado estuve aturdido unas dos horas largas, en las que no paraba de darle vueltas a la cabeza, intentando ordenar mis reflexiones, asimilando el espectáculo del que había gozado. Ang Lee me ha parecido un director brillante desde siempre, un camaleón gustoso sin embargo de hacer hincapié en el mismo amor y en el mismo dolor. Un realizador poseedor de una mirada profundamente clásica, capaz de bailar entre géneros e historias, pero manteniendo firmes tanto sus preguntas como sus hirientes respuestas. Un autor vaya, que si hiciera cine en los años cincuenta sería uno de los principales reivindicados por la crítica de Cahiers du Cinéma, hoy en día confundida en la búsqueda de la transgresión formal y las esquivas fórmulas de vanguardia. Sin duda Ang Lee es un digno heredero de Howard Hawks, un realizador mucho más cercano a Clint Eastwood de lo que en principio se podría suponer. Pero no quiero atosigar al lector con citas referenciales y lecturas filmográficas paralelas. No sería justo para una obra que posee suficiente fuerza como para ser admirada por sí misma y no en virtud de las demás. Por eso decir que la historia de amor mostrada en Brokeback Mountain es la mejor vista en estos últimos años por este cronista junto con Los puentes de Madison (The Bridges of Madison Country, 1995. Clint Eastwood), In the mood for love (Fa yeung nin wa, 2002. Wong Kar-wai) y Oasis (2002, Lee Chang-dong), en el fondo no sería justo, aunque sí sería cierto.
El film nace de la adaptación a la gran pantalla del relato corto homónimo de E. Annie Proulx presente en el libro Close Range. Wyoming Histories por parte de los guionistas Larry McMurtry y Diana Ossana. La aportación de Lee al relato es mayestática, conserva el germen dramático, la historia de amor escondida entre dos cowboys a lo largo de varios años, y le aporta un continuo de minúsculos detalles, subrayados por momentos expresionistas de puesta en escena —Ennis erguido con los fuegos del 4 de julio estallando en el cielo, Jack siendo devorado por la oscuridad en las calles de un poblado de México fantasmagórico— que multiplican la hendidura emocional del film. Lee hace con Proulx algo parecido a lo que hizo Ophüls con Zweig en Carta de una desconocida (Letter from an Unknown Woman, 1948): no sólo mantiene la emoción del relato sino que la exponencia en su puesta en imágenes. El último plano de la película, un momento realmente demoledor, expresa tal cual las palabras del relato, sólo que Lee le añade al final un brusco movimiento de cámara, casi violento, como de fuga, un momento de ira, tras tanta contención emocional.
La fragilidad de la historia de amor entre Ennis y Jack se contagia a las imágenes del film. La película posee una estética dura, muy negra, cuya única vía de escape es cada uno de los encuentros entre los jóvenes, siempre en campo abierto; es por ello que todo lo demás narrado, sus matrimonios, sus aventuras extraconyugales, los relatos de agresiones a los homosexuales, la relación con sus hijos, con sus suegros, etcétera, siempre poseen una atmósfera agobiante, un mundo de sombras del que sólo se escapa cuando ambos cowboys regresan a la montaña (aunque ya nunca más a la sierra que da nombre a la historia). La veracidad del relato no sólo se sustenta de las acertadas maneras de Lee de retratar el drama o del génesis literario de E. Annie Proulx; Brokeback Mountain, debe y mucho, a sus intérpretes principales, unos alucinantes Jake Gyllenhaal y Heath Ledger. Mientras el protagonista de Donnie Darko (2003, Richard Kelly) está soberbio como un montador de rodeos incapaz de soportar las ausencias de su amado, el coprotagonista de Monster's Ball (2001, Marc Forster) está sublime. Heath Ledger, en una interpretación de miradas, gestos y murmullos, se hace suyo a Ennis del Mar: brutal composición de una figura realmente compleja, alguien que se expresa a través de su estatismo, estallando en los escasos momentos de liberación física y emocional.
El ser humano es un animal que desprecia el presente, éste sólo sirve para estar siempre echando una mirada atrás. El acto de vivir a veces no es nada más que una continua puesta a punto de la melancolía. Somos seres apáticos, hedonistas, gandules, como los protagonistas de la magnífica La tormenta de hielo (The Ice Storm, 1997). El amor se descubre así como el único clavo al que aferrarse para intentar alcanzar algo parecido a la felicidad. Los protagonistas de Brokeback Mountain viven una magnífica, aunque dramática, y a la postre, trágica, historia de amor. Cuando un viejo Ennis del Mar contempla una postal, que entre sus cuatro roídos límites alberga toda la pasión vivida, está aceptando que su vida sólo ha tenido significado cuando la compartió con su amigo cowboy. A veces la vida no es nada más que eso, llegar a amar y a ser amado, lo demás es atrezzo caduco y sin importancia.
Sé que me quedo corto en mi apreciación, soy consciente. Necesito urgentemente un segundo visionado del film, para acabar de ratificar que esta es una película de esas que hacen historia, una verdadera obra maestra. Ocurre muchas veces, que cuando uno ve una película en un festival, las apreciaciones sobre ésta suelen ser excesivamente viscerales. La reflexión y los visionados ayudan a madurar la percepción, a juzgar con algo más de tranquilidad las imágenes y los sentimientos. Es por eso que necesito volver a Brokeback Mountain, porque aún ahora no consigo relajar mi apreciación, me digo a mí mismo que en el fondo no deja de ser un melodrama, otra historia de amor imposible con trágico final. Pero no lo consigo. Ang Lee logra algo muy difícil, casi imposible, retrata en un mismo plano todo el amor y todo el dolor que puede sentir un ser humano —el momento en que Ennis abre el armario de Jack en su casa paterna—, todo ello, sin ningún efectismo, rodado con sencillez, sin diálogos, sólo con el físico de Heath Ledger como vehículo de emociones. No hay artificios en Brokeback Mountain, sólo un retrato descompuesto, un encuentro con la belleza sin que haya necesitado de una búsqueda. En el fondo, algo tan sencillo como contar una historia. Algo que el 75% de los realizadores actuales han parecido olvidar