...has descubierto la clave, y la vas a seguir; pero tan sólo la consideras, la sopesas, la mantienes en estado de larva hasta estar seguro de que el ambiente es propicio para que eclosione y no se la coman los depredadores. Pero tan sólo es una clave, una pista, algo que aún no te afecta y menos si lo has madurado tu mismo.

Empiezas a divagar y retrocedes seis meses. Recuerdas la última vez que la viste. Quiero decir, la última vez que la viste de verdad: aquella con la que vivías armoniosamente -o armónicamente: no estás en posición de buscar sinónimos- y consciente de que todo lo que cuentan las películas son extrañas y tópicas historias rascadas en la superficie. Eres consciente, repito, de que la realidad es más emocionante pero, sin embargo, no tan perfecta. ¿Y quién quiere la perfección?, te preguntarás. Una pregunta de la que esperar respuesta ya es un agujero en tu imperfecta vida.

Nos quedamos en los Seis Meses saltados en el tiempo para volver a verla, y de ahí retrocedes otros tres meses y sigues viéndola igual. Empezó fuerte, ya lo creo que sí: el golpe te tumbó pero caístes en su regazo, te salvó de un año del que no tenías la seguridad si terminarías saliendo sano y salvo. Habrías aceptado las heridas, pero ella las lamió y cicatrizaron orgullosas, aguantando el estoque, no siendo ella tu escudo sino la fe que guía el brazo para cubrirse.

No esperabas más, ¿verdad?

Y sigues sin esperarlo. De hecho, jamás esperaste el toque divino que bañan las historias anteriormente mencionadas... pero ahora te paras a pensar y recuerdas aquellos tres meses de hace seis: principios de año, una fecha espléndida para marcar un antes y un después a un ser tan poco arraigado a las matemáticas como tú. Los recuerdas y si existe un componente celestial en todo ello. Resulta irónico que te plantees la divinidad del momento cuando ha pasado tanto tiempo, y no fueras capaz de asimilarlo en el mismo. Entonas un mea culpa pero estás sólo, nadie te escucha, y el que lo hace lo considera un acto de autocompasión. Por lo tanto, sigues sólo.

Pasan unos días y, ahora sí, llega el final de los tres para pasar a los seis. No te esperas que llegue nunca. De hecho, las veces que te lo planteaste durante aquel cuarto de año nunca culminaron en auténticos pensamientos, y mucho menos en preparativos por lo que pueda pasar. Ahora ves que quizás hubiera sido lo más sentato, y descubres que es algo que te has planteado en el resto de relaciones que has tenido con anterioridad. No has tropezado dos veces con la misma piedra, no te equivoques. Jamás verías piedras en tu camino aunque lo recorrieras una, y otra, y otra, y otra vez.

Llega ese momento y sabes que no estarás ahí para pensar con ella: recapacitar, recapitular, buscar soluciones, ayudarla, ayudarte. Faltan horas para que desaparezcas y vuelvas, una semana después, renovado; pero igual de perdido y desorientado, mientras ella quizás ha desempolvado el archivador y ha clasificado para siempre los tres meses anteriores.

Después del momento que nunca esperabas estás, por lo tanto, lejos de ella y de tu mundo intentando encontrarte a tí mismo sin los apoyos comunes. Sacas fuerzas de donde no las tienes, aunque sabes que son fuerzas huecas que pueden romper en cualquier momento. Maduras transgénicamente en un invernadero, mientras deseas el momento en el que puedas caer del árbol a su debido momento. Te obligan, te atan al tubo; tú tan sólo quieres pender de tu rama, dejar que todo siga su curso. Te marcan unas circunstancias, pero a su vez los patrones para superarlas: en el momento que te paras a pensar en todo ésto descubres que han intentado madurarte. Circunstancias.

Quedamos en que volviste pasada una semana. Pisas tierra bien conocida, pero ves que no existes... o al menos, no del todo. Ella tiene tu otra parte, el espíritu que Tesla intentaba aislar para evitar el sufrimiento de cederlo a alguien que, como ella, considera que no estás. Esa pequeña parte de tí vuelve al hogar; el resto, le pertenece a alguien que ignora completamente que lo tiene. Durante el resto de las semanas te levantas con algo viscoso que intenta bombear en el pecho. La luz del día te hace daño, la oscuridad de la noche te asusta. Es la esperanza de recuperar la parte que te reclama desde alguna parte de la que no puedes ni acercarte.

Y pasan los días, semanas, meses. Llegado al cuarto incubas la clave con la que comienza este repaso a tu actual situación: Crees empezar a vislumbrar que esa parte desaparecida no la necesitas, que el sufrimiento del miembro amputado tardará en desaparecer pero que podrás cojear con el orgullo de las cicatrices lamidas (las cuales se tornan en escozor al pensar en su saliva). Pero esa clave lleva dos meses y aún no sale, y lo peor de todo: no estás seguro de que se trate de una filosofía de vida, o de un camino a seguir. Siempres creíste que las filosofías cierran puertas, que los caminos rectos evaden las oportunidades de descubrir que hay allí fuera. Siempre miraste al marco del televisor por si la bala continuaba su recorrido.

Ahora estás aquí, y la clave se pudre. Albergas esperanzas, y las peores maduran. Cualquier mínimo detalle te hace retroceder seis meses. Y lo peor es no saber si esta divagación se trata de autocompasión, o búsqueda de respuestas, o sencillamente te apetecía escribir. A mí no me mires, tan sólo soy tu voz. Aceptaste el sufrimiento, pero no te paraste a pensar en lo que duele.

De haber hecho como ella, de haberte marcado un camino, seguro que no tendrías ninguna esperanza. Después de todo, no parece que se viva tan mal sin ellas.