“El puente sobre el río Kwai” (Le pont de la rivière Kwai, 1952), de Pierre Boulle



He conseguido la novela de Boulle en traducción al castellano (que me ha parecido correcta) de Joaquín Moya, editada por Celeste. Aunque no tenía, en principio, intención de leerla, si algo me provocó el visionado de la película de Lean fueron las ganas de conocer de primera mano el texto original. Y no me ha defraudado: lo he devorado en dos tardes, gracias también a que se trata de una novela relativamente corta (181 páginas en la edición citada). El balance, en mi opinión, es favorable a la novela, aunque ya sabemos que en definitiva cine y literatura son dos medios de expresión artística muy diferentes.

En general, la película de Lean (con participación en el guion de Carl Foreman, Michael Wilson y, según parece, el propio Lean, como era bastante habitual en sus films, aunque no se acreditara como guionista) sigue a grandes trazos el texto de Boulle, pero hay notables diferencias, todas ellas, a mi modo de ver, en perjuicio de la película.

El final: como ya hemos comentado, la película de Lean rinde vasallaje a la espectacularidad hollywoodiense y a la satisfacción de las plateas, cerrando el film con la voladura del puente. En cambio, en la novela, más amarga en su resolución, el puente se mantiene incólume, porque el coronel Nicholson consigue evitar que el joven Joyce, miembro de la Unidad 316, active el explosivo. Solo unos explosivos secundarios, colocados en la vía por Warden (Jack Hawkins en el film), provocan el descarrilamiento del tren, acción que se acompaña con el uso de los morteros. Warden los dirige contra Nicholson, Shears y Joyce (que ha apuñalado a Saíto, y que probablemente, dice Warden, ya estuviera muerto, estrangulado por Nicholson). Aquí no hay ambigüedad que valga: Nicholson no cae como un pato mareado sobre el disparador, al contrario, intenta hasta el último momento evitar la explosión (y, de hecho, lo consigue, en beneficio del enemigo aun a costa de su vida). Esta última acción es narrada por Warden al coronel Green (André Morell en el film) una vez de regreso a la base en Calcuta (no en Colombo).

Shears y la Unidad 316: la otra diferencia más notable es el personaje de Shears. El literario no tiene nada que ver con el cínico norteamericano del film encarnado por William Holden. Shears es un veterano militar británico encuadrado en la Unidad 316, especializada en explosivos, al que llaman “Number One” y que dirige el comando que ha de actuar sobre la línea férrea que ha de unir Bangkok con Rangún. A diferencia del film, no tiene conocimiento previo del puente sobre el río Kwai, ni siquiera es el objetivo previsto. Solo después de establecerse en la zona, en Tailandia, y contar con el apoyo de los informadores que luchan como partisanos contra los japoneses (nada de sonrientes muchachas que solacen a los guerreros), deciden que el puente sobre el Kwai, por sus dimensiones y situación, es el objetivo ideal. Como en el film, el grupo lo forman Shears, Warden y Joyce, aunque sin ese cuarto miembro que muere al lanzarse con el paracaídas. No hay ningún enfrentamiento con una patrulla de japoneses en el recorrido ni Warden recibe ningún disparo en el pie. La novela se centra, largo y tendido, generando una notable tensión (a pesar de que sabemos cuál es la resolución), en el proceso de inspección y preparación de la voladura.

El campo de prisioneros: aquí es donde quizá la película es más fiel a la novela. El enfrentamiento entre Nicholson y Saíto está bien reflejado en la pantalla (también en la novela llora de desesperación el coronel japonés). El retrato del coronel Nicholson que ofrece Alec Guinness, fanático de la disciplina y del honor británico, se adecúa bastante al texto de Boulle, incluido su encierro y sus conversaciones con Saíto, al que poco a poco va dominando. Eso sí, no hay ninguna entrada triunfal al son de los silbiditos. Por lo demás, las duras condiciones de trabajo de los prisioneros, como en el fondo también pasa en la película, son más el resultado de la rigidez de Nicholson que de la crueldad de los carceleros. Un cierto racismo, más o menos implícito en las imágenes de Lean, es mucho más explícito en el texto de Boulle, con expresiones referidas a los japoneses (y algún que otro coreano) del tipo “gorilas”, “simios”, además de una permanente descalificación de sus habilidades técnicas y organizativas, bajo el argumento de que se trata de un pueblo incivilizado y primitivo. Por lo que se refiere a los colaboradores de Nicholson, destaca también en la novela el oficial médico, Clipton, el más escéptico y crítico con Nicholson, aunque no lo exprese con ese grito final de “Madness! Madness!”.

En conjunto, me ha parecido un texto muy atractivo, aunque, al igual que me pasa con la película de Lean, creo que la relación entre Saíto y Nicholson daba para más. En la novela, el personaje de Saíto (que dice repetidas veces que “odia a los británicos”) carece de la ambigüedad final que se apunta en la película, en la que le vemos preparar ceremoniosamente lo que parece que podría ser un hara-kiri. En definitiva, un magnífico texto que Lean trasladó a la pantalla pagando el peaje de la comercialidad, de satisfacer los gustos de los espectadores occidentales. En todo caso, lectura más que recomendable.