Yo no me colaba, me iba al lavadero de mi casa, que estaba en la cuarta planta. Abría el ventanal y me sentaba. A diez metros estaba la muralla del cine de verano, de tres metro de alta, y al fondo el pantallón. Eso sí, en levante el sonido era bestial, en poniente había que afinarlo un poco. Ahí descubrí gratis el primer cine fantástico de mi vida. Ah, qué recuerdos...