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Tema: Federico Fellini: revisando sus películas

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    Predeterminado Re: Federico Fellini: revisando sus películas

    “La città delle donne” es una de las películas menos admiradas, por no decir más odiadas, del canon felliniano. Recuerdo que, en las páginas iniciales de este hilo, el desaparecido compañero del foro Rohmerin la calificaba de “horrenda” y afirmaba no querer siquiera tener una copia de ella en ningún sistema de vídeo doméstico. Parece ser que en 1980, año de estreno de la película, la unanimidad sobre Fellini se rompió y por primera vez un título suyo tuvo una acogida mayoritariamente negativa. El maestro ya era bajado del pedestal y en lo sucesivo no gozaría del aplauso universal que había acompañado su obra más o menos hasta “Casanova”. No puedo hablar, como hace Mad Dog, de la recepción de esta película cuando se estrenó (debo de tener unos diez años largos menos que él), pero sí recuerdo que, cuando llegó “Y la nave va” había un cierto consenso entre la crítica más combativa sobre que Fellini era, básicamente, un pesado. Como decían los latinos, “sic transit gloria mundi”.

    ¿Por qué razones “La ciudad de las mujeres” inauguró esta "época oscura"? Una de las posibilidades es que la película, aunque vuelve a tener, al contrario que “Ensayo de orquesta”, a un Fellini funcionando a plena cilindrada de creatividad, deja un cierto poso repetitivo, de territorio muchas veces transitado. La autobiografía sentimental y sexual, los recuerdos de juventud, el erotismo onírico, esa especie de psicoanálisis circense, todo eso lo hemos visto ya, y probablemente de una manera más inspirada, en títulos anteriores. Por muy genial que sea un artista y por muy imaginativo que sea, las venas que mina terminan agotándose, y en ese sentido la película es manierista (en el sentido de la auto-imitación) y decadente (aunque aun así me supo a gloria cuando la descubrí en el ciclo filmotequero de 2007: un Fellini supuestamente poco inspirado sigue siendo un Fellini).

    Otra posible razón es que Fellini, que en los años 60 estaba en plena sintonía con la “zeitgeist”, con los hippies fumando marihuana mientras veían “Satyricon” en el Madison Square Garden, ejerce en los últimos 70 de viejo cascarrabias cargando contra tendencias sociales consideradas progresistas, como las revoluciones de izquierdas o el feminismo. En términos actuales, Fellini sería un “boomer”, o, de manera más chusca y cruda, un “p***avieja”. En contra de la sabiduría y la serenidad que se suponen de un maestro, el cineasta aparenta mostrar resentimiento contra críticas que se venían vertiendo contra él desde largos años, y decide contestar, lo que no siempre es una buena idea, dado que siempre surgirán los que, aplicando el refrán castellano “quien se pica, ajos come”, llegarán a la conclusión de que, cuando las críticas le sentaron tan mal, por algo sería.

    En todo caso, es sorprendente ver hoy en día la película y constatar cómo lo que parecían las rabietas de un cincuentón anticuado han cobrado una extraña actualidad. En las secuencias del congreso feminista vemos ponencias según las cuales hay que abolir la penetración por intrínsecamente violenta o la felación por humillante, y otras ideas presentadas de manera caricaturesca que sin embargo hoy en día muchas mantienen totalmente en serio (no sé si los gritos de “castración, castración” se oirán en alguna manifestación del 8-M, pero no me parecería descabellado). La secuencia del “tribunal revolucionario”, que mezcla el feminismo con la estética de grupos terroristas como las Brigadas Rojas, y que condena a los acusados, con la colaboración de los gays, a base de preguntas como “¿por qué decidiste nacer hombre?” (y eso sin nombrar los uniformes de las policías que aparecen en la mansión del doctor Katzone, que eran “feminazis” sin saberlo) tiene cierta intención satírica pero hoy en día hace menos gracia que entonces, ahora que estamos cada vez más cerca de que, por un piropo o un coqueteo descuidado, cualquier “señoro” pueda acabar ante un juzgado de violencia de género. Afortunadamente, estamos ante una ficción grotesca, pero el ambiente de peligro que se respira en muchas secuencias tiene poco de cómico: ¿el “viejo macho” sintiéndose amenazado?

    En todo caso, en el retrato de la masculinidad (y en concreto, de una masculinidad latina formada en los años 30 y 40) debería haber la suficiente autocrítica para compensar las andanadas contra el otro bando, pero da la sensación de que no. tal vez porque las sátiras del donjuanismo, o las evocaciones de una iniciación sexual sórdida, o el autorretrato deformado y desfavorable, ya los hemos visto muchas otras veces, mientras que es la primera vez que Fellini responde a los ataques feministas con un ataque propio (de hecho, cuando la “señora del gorro ruso” habla en mitad del congreso del hombre escondido allí y que se ve forzado a huir, de veras parece que está hablando de Fellini, porque habla de una mirada masculina que las convierte en espectáculo bufo, etc.) La complacencia en un imaginario erótico conscientemente rancio (vedettes de revista prácticamente desnudas, el coleccionismo sexual de Katzone) toma unos visos de provocación consciente que pueden resultar un poco desagradables, como si estuvieran ahí por el mero hecho de fastidiar y no por una necesidad genuina de expresar algo.

    Lo que pasa es que todo esto no debería hacer olvidar que la película no carece de aspectos interesantes y de secuencias que ya quisieran rodar muchos cineastas encumbrados de hoy en día. El propio congreso feminista, pese a lo polémico de su contenido, es una “set piece” espectacular que revelará detalles nuevos aunque la revisionemos veinte veces; el ambiente que rodea a la mansión de Katzone, con esa niebla marca de la casa y esas frondas de sauce que cuelgan (sin hablar de las palmeras agitadas por un viento huracanado que veremos a través de un tragaluz cuando Snáporaz y su esposa intentan hacer el amor) es fantasmagórico y sugerente, y la escena con las jovencitas “delincuentes” en el coche parece una versión de pesadilla de los films de pandillas que rodaron cineastas como Roger Corman para la American International Pictures. El guiño hitchcockiano al tren entrando al túnel de “Con la muerte en los talones” ya lo ha mencionado Mad Dog, pero el temblequeo e inestabilidad del plano subjetivo correspondiente me parecen sintomáticos de la psicología inestable y paranoica de la película.

    Más cosas: señalar que el bosque al que la señora del tren guía a Snáporaz (ya comenté el origen del apodo, ya empleado en “Ocho y medio”) me parece la contrapartida del bosque de la libertad femenina en el que se terminaba adentrando “Giulietta de los espíritus”; que la presencia de Marcello (a quien, que yo recuerde, solo llama por su nombre una voz superpuesta a su nombre en los créditos, preguntando “ancora Marcello?”), con las mismas gafas y sienes plateadas que en “Ocho y medio” y el mismo sobrenombre de Snáporaz que se da a sí mismo, nos hacen pensar que podríamos estar ante una secuela tardía, y peor, del film de 1963; que, a pesar de la mirada severa de la película hacia Katzone, se siente una cierta pena cuando entierra a su perro Ítalo, muerto por las policías, aunque el pathos de la escena es un poco atenuado por el muñeco de peluche obviamente falso que representa el cadáver del can; que Donatella Damiani tiene algo de mito erótico para un servidor debido a un numero de la revista “Interviú” que anduvo por casa y en el que podía verse en todo su esplendor a la actriz en las páginas centrales; que la conclusión en plan “ni con ellas, ni sin ellas” resulta un poco anticlimática después de dos horas y cuarto de película, con o sin luz al final del túnel.

    Sobre los actores, lo único que sé de Ettore Manni es que fue un galán muy popular del cine italiano de los 50, hoy en día poco recordado salvo por esta película, “Las amigas” de Michelangelo Antonioni y algún spaghetti western como “Johnny Oro” de Sergio Corbucci. Creo que, al igual que a Amedeo Nazzari en “Las noches de Cabiria”, para quien se buscaba a un galán de moda en aquel momento, se eligió a Manni en función de su popularidad pasada, que le hacía un poco simbólico de la idea de un “latin lover” pasado de moda. Anna Prucnal, intérprete de la esposa de Snáporaz, era una cantante lírica metida a actriz de cine (lo cual explica sus gorgoritos durante la grotesca escena de cama del matrimonio, en la que ella lleva rulos, mascarilla facial y limones en las mejillas) que intervino en alguna película del antaño polémico y hoy mayormente olvidado (y ya fallecido) director serbio Dusan Makavejev, en una nueva muestra de la atención que Fellini prestaba al cine "extremo" de la época. Y, por supuesto, no puedo dejar pasar que la "señora del tren", Bernice Stegers, en aquel mismo año 1980, protagonizó la ópera prima de Lamberto Bava, “Macabro”, que, a pesar de la fama posterior, más festiva, de Bava junior como firmante de la saga “Demons”, es una muy curiosa y malsana película cuya peculiar premisa (una mujer guarda en una nevera la cabeza de su amante decapitado en accidente de tráfico) está, salvo momentos aislados, tomada completamente en serio, con un pulso y un sentido de la crueldad que, entonces, parecían augurar un gran futuro para el vástago de don Mario.
    Última edición por Abuelo Igor; 17/07/2020 a las 00:47
    Hellsing - Kenshin, el guerrero samurái - K-ON! - Lost Universe - Neo Ranga

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