Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1986)
Después del escaso éxito de E la nave va, a pesar de la calurosa recepción que se le dispensó en el festival de Venecia, Fellini trabajó en un proyecto basado en las obras de Carlos Castaneda, aprovechando un viaje a Estados Unidos. Con el apoyo del productor Alberto Grimaldi, Fellini viajó a México, junto a Castaneda, el hijo de Grimaldi y, añade John Baxter, “un médium, un actor, un parapsicólogo y una hermosa joven llamada Sybil que atraía los fenómenos paranormales”. Tan estrafalario grupo de viajeros parece que visitó el Yucatán, pero ya sin Castaneda. En todo caso, del viaje, sobre el que hay dudas de que realmente se llevara a cabo, surgió un guion que se publicó por capítulos en el Corriere della sera, “Viaggio a Tulum”. Tiempo después, Milo Manara lo convertiría en cómic (recuerdo que El País lo publicó por entregas hace un montón de años).
Abandonado el proyecto de la película basada en Castaneda, es Giulietta Masina la que da origen a uno nuevo: una serie de seis episodios para la televisión, en que la actriz interpretaría seis papeles diferentes. Se habla de directores como Antonioni, Zeffirelli, Lizzani y, por supuesto, Fellini, pero al final, abortada la serie, uno de los episodios se transformó en una película: Ginger e Fred, producida por Alberto Grimaldi, con la participación de la RAI en la financiación.
Fellini volvió a contar con el veterano Tullio Pinelli para el guion, después de muchos años de alejamiento, además de con Tonino Guerra. En Ginger e Fred Fellini elabora una diatriba explícita contra la televisión, en particular contra la televisión que dominaba el medio: la berlusconiana Canale 5, con su carga obscena de vulgaridad, síntoma de una sociedad putrefacta (como la omnipresencia de montañas de basura apiladas en las calles de Roma nos indica en el inicio del film, suciedad que contrasta con los carteles publicitarios, como uno que reza: “Roma pulita”). Como ya hemos comentado en otras ocasiones, cuando las pullas fellinianas toman como objetivo un aspecto de la realidad inmediata (sea en cierto modo el feminismo en La città delle donne o el sindicalismo y el caos social en Prova d’orchestra) sus películas pierden eficacia, parecen incapaces de recuperar esa magia (el “mojo” que decía Abuelo Igor en un comentario anterior) que caracteriza lo mejor de su obra. Ese problema es palpable en Ginger e Fred, porque los elementos para otro festival fantasioso de Fellini están presentes, pero hay algo un tanto indeterminado que parece haberse evaporado (y no es menor, una vez más, la inevitable ausencia de Nino Rota).
Tenemos un inicio caótico, multitudinario, en la estación Termini de Roma, como en Roma, a donde llega Amelia Bonetti, en arte Ginger (la Masina), una exbailarina de aspecto venerable que ha aceptado la invitación (y el dinero que conlleva) ofrecida por la televisión para participar en el programa de variedades Ed ecco a voi, recuperando el espectáculo que interpretó en su juventud junto a Pippo Botticella, en arte Fred (Marcello Mastroianni): una imitación de los números de baile de Ginger Rogers y Fred Astaire.
El viaje hasta el hotel en una furgoneta y el ambiente en la recepción del alojamiento nos sirven como carta de presentación de una serie de personajes estrafalarios, ridículos, esperpénticos, una nueva “parada de los monstruos” a la que Fellini tan proclive se ha mostrado en sus películas más exuberantes: imitadores de todo tipo (de Clark Gable a Proust pasando por Woody Allen), una troupe de enanos bailarines (como los que aparecían en El silencio de Bergman), estudiosos de los fenómenos paranormales, un santón que se dice que levita, un sacerdote que ha dejado los hábitos para unirse a una mujer, un viejo almirante, un transexual,… vaya, nada que no se haya convertido ya en materia prima habitual en los reality show de nuestra era televisiva (pasados más de treinta años) y que Fellini anticipa y desvela en sus albores (recordemos que, por aquel entonces, en España no había aún televisiones privadas, solo públicas). Una amalgama de variedades que remedan en cierto modo los espectáculos que documentaba el propio Fellini en películas como Luci del varietà o Roma, pero sin el barniz artístico que todavía subsistía en los teatrillos de pueblos y barrios, convertidos ahora en pura carnaza para el público hambriento de vulgaridad, mejunje servido a domicilio a través del televisor. Amalgama que se rellena con los anuncios publicitarios, inseparables del espectáculo, como Fellini, astutamente, muestra a lo largo del film, intercalándolos sin solución de continuidad (algo contra lo que lucho durante años… aunque, paradójicamente, él mismo acabó rodando varios spots, por ejemplo para Campari o las pasta Barilla).
Cuando Ginger sale a dar un paseo nocturno por el inhóspito exterior del hotel, la secuencia no da pie, como en otras ocasiones en Fellini, a la fantasía, sino más bien nos ofrece un momento de puro terror en forma de ominosos motoristas, una ruidosa y siniestra discoteca o un pedigüeño inquietante. De vuelta al hotel, Ginger se encontrará finalmente, después de décadas, con Fred: pero la forma de hacerlo carece de todo romanticismo. El ocupante de la habitación de al lado ronca estentóreamente. Cuando Ginger llama a la puerta para intentar hacerlo callar, la abre un viejo Marcello Mastroianni, con poco pelo, mal afeitado, y probablemente algo bebido (Fred arrastra desde hace años un problema con el alcohol), que de entrada no reconoce a Amelia.
A la mañana siguiente el equipo de la televisión traslada a todos los invitados hasta las instalaciones de la cadena. Allí se encuentran con un viejo amigo, Totò, con el que Fred monta un numerito cómico en el bar. Tanto Ginger como Fred tienen dudas sobre el sentido de estar allí, se sienten inseguros, temerosos de ser incapaces de reproducir su número, desbordados por el circo mediático que los rodeada. Hay un momento de paz en que pueden por primera vez hablar con cierta tranquilidad, cuando se cambian y ensayan unos pasos en unos lavabos en obras.
Ginger quiere abandonar, pero la llegada del presidente de la cadena, que se muestra como un aficionado al estilo de baile de Ginger y Fred, la anima a seguir. Ya en el plató, guardan cola para su aparición ante las cámaras, en un programa que presenta un sonriente Franco Fabrizi.
Justo cuando inician su número musical, a las notas de “The Continental” (que, cuando se reanude el número, se encadenará con clásicos de Irving Berlin, como “Cheek to Cheek”, “Let’s Face the Music and Dance” y “Top Hat, White Tie and Tails”), se va la luz, quedando el espectáculo suspendido durante varios minutos, momento que permite a la pareja reflexionar sobre su pasado y su presente, en el que se reconocen como una especie de fantasmas de otro tiempo (¿una sensación que quizá experimentaba el propio Fellini?). Cuando repentinamente vuelve la iluminación, Ginger y Fred ya han decidió dejar el plató, e incluso Fred está dedicando un corte de mangas a los espectadores.
Pero a pesar de ello continuarán en el escenario y acabarán su número de claqué (tip-tap en italiano) con valentía, aunque resulte un tanto patético. A pesar de una caída inoportuna de Fred, finalizan el número con notable éxito entre el público.
Han conseguido lo que venían a buscar, cierta recuperación de la dignidad (luego, en la estación de tren, varios personas les pedirán autógrafos). Aunque Fellini no deja de dinamitar ese momento de reconciliación con su pasado con el sonido de los mugidos de una vaca, el director nos ofrece un cierto sentimentalismo nada habitual en su cine. Nos encariñamos con Masina y Mastroianni, pero su imagen no deja de ser el reflejo distorsionado de un pasado irrecuperable. Quizá, nuevamente, una muestra de lúcida mirada introspectiva del propio Fellini, ya sexagenario y con muestras de haber perdido algo de inspiración en su obra y, en buena medida, también el favor del público.
Fue un rodaje problemático debido sobre todo a las exigencias de Giulietta Masina, que quería aparecer favorecida en pantalla, lo cual provocó la substitución del director de fotografía, Tonino Delli Colli (que, a pesar de ello, volvió con Fellini en sus dos últimos films), al negarse a utilizar más filtros para suavizar las facciones de Giulietta, por Ennio Guarnieri, que se mostró más condescendiente con las peticiones de la actriz.
La película generó poco entusiasmo, obteniendo unos pobres resultados de taquilla. Además, como curiosidad, Ginger Rogers presentó una demanda absurda porque consideraba que era “ofensiva para su reputación y su personalidad” (cuando, al contrario, más bien implica un recuerdo entrañable de la actriz y su pareja de baile). La demanda fue desestimada, pero el hecho ocasionó una gran decepción en Fellini, ya que la Rogers era uno de sus ídolos de infancia. Triste epílogo para un film que trasluce un cierto carácter elegíaco respecto a una determinada manera de entender el espectáculo artístico.
Un apunte sobre la edición que he visto: se trata de un DVD de calidad de imagen más bien justita, de Suevia, que presenta el film con una ratio de 1,33:1. En imdb le otorgan al film una ratio 1,66:1, probablemente la que se utilizaría para su pase en salas de cine (no lo recuerdo: la vi en diciembre de 1986). En todo caso no parece que haya recorte de imagen, sino más información por arriba y por abajo. Desconozco si hay edición en BD.




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