01. Los ángeles del pecado (Les anges du péché, 1943)
Empezamos la revisión de la filmografía de Bresson con un film que todavía no parece reunir todas las características de lo que Zunzunegui llama el “sistema Bresson” y que el propio director se dedicó a conceptualizar en “Notas sobre el cinematógrafo”.
Por un lado, se sirve de actores, no de modelos, como mínimo para los papeles principales: el de la madre superiora (Sylvie) o el de las novicias Anne-Marie (Renée Faure) o Thérèse (Jany Holt). Además, hay una presencia notoria de la música tanto extradiegética como diegética (el bello “Salve Regina” del final), compuesta para la ocasión por Jean-Jacques Grunenwald, que juega un papel importante en el devenir del film.
Aceptemos, pues, que se trata tan solo del debut de Bresson, en una época turbulenta (Francia todavía estaba ocupada por el ejército alemán). Además, vale la pena destacar que Bresson rueda este su primer largometraje con más de 40 años, pero con poca experiencia a sus espaldas: un corto y la participación en algunos guiones.
Uno de los aspectos que señalé en la introducción de esta revisión fue el del sambenito de “cine católico” aplicado a Bresson. Como comienzo del ciclo no se puede negar que el ejemplo es de lo más pertinente, puesto que lo que se nos narra sucede en el seno de una congregación de dominicas fundada en 1867, tal como nos informa un rótulo inicial, el cual añade que los autores del film (en plural) son responsable de la intriga que han imaginado, pero que se han esforzado en que las imágenes y los detalles expresen “l’atmosphère qui regne dans les couvents et l’esprit qui anime leur mission”.
Y esa misión va a ser algo tan propio de ciertas órdenes religiosas católicas como es la redención de las pecadoras, en este caso de mujeres encarceladas (esos “anges du péché” del título, título que al parecer no gustaba a Bresson por demasiado explícito), que una vez cumplida la condena intentan que se incorporen al convento. En cierto modo, que cambien un tipo de encierro por otro, unas celdas por otras, una disciplina por otra, aunque no tengo claro que mostrar esto sea la intención de Bresson. Pensemos que el guion está firmado por Bresson (como todos los de sus películas), junto al sacerdote dominico R.L. Bruckberger (escritor, traductor, guionista y director de cine, por ejemplo del film Le dialogue des Carmélites), y del novelista, dramaturgo y diplomático Jean Giraudoux (que murió al año siguiente), responsable en especial de los diálogos.
Todo ello hace que sea inevitable inscribir la película dentro de ese subgénero de films, con intenciones religiosas o no, que toman como argumento las vicisitudes de sacerdotes o monjas. Me declaro de entrada ajeno, en general, a este tipo de películas, las sutilezas doctrinarias que a menudo incluyen se me escapan y, para qué negarlo, me interesan más bien poco, por lo que reconozco que el visionado del film de Bresson no ha sido una experiencia demasiado satisfactoria, aunque estoy lejos de decir que sea un mal film, ni muchísimo menos.
No sé si responde o no a eso que vamos a ir llamando el “sistema Bresson”, pero me parece que lo más destacado de la película son aquellos momentos en que el director sabe imprimir cierto suspense a la acción. Por ejemplo, su arranque, cuando vemos sin saber todavía el porqué cómo la madre superior organiza una especie de rapto de una de las presas que sale en libertad, Agnès (Silvia Monfort). Entenderemos, sin que se nos den demasiadas pistas, que con la rápida y arriesgada acción intentan evitar que alguien indeterminado, que está esperando en el exterior a Agnès, la pueda volver a llevar por el mal camino.
Casi al mismo tiempo, asistimos a la entrada en el convento, como novicia, de una muchacha de buena familia, Anne Marie, que más que seguir una vocación parece querer huir de su entorno familiar. Desde el primer momento, a pesar de que la superiora la acoge con simpatía, se va a notar que su carácter orgulloso no encaja con la obediencia que exige la orden, por mucho que queme las fotos y recuerdos que ha traído al convento.
Mucho más aún cuando asuma, de manera obsesiva, como misión divina la redención de otra presa, una especialmente violenta: Thérèse (a la que vemos lanzando por unas escaleras las ollas de la comida que distribuye por las celdas de la cárcel).
Tanto celo será mal visto por sus compañeras, que lo identifican como un rasgo de soberbia, de vanidad.
Cuando Thérèse abandone la prisión, negándose en primera instancia a ser acogida por las dominicas, Bresson, extramuros conventuales, filma uno de los segmentos del film más brillantes. A base de planos cortos, vemos como Thérèse compra una pistola y con ella mata fríamente a un hombre (del que solo llegamos a ver la sombra), suponemos que el culpable de los dos años que ha pasado encerrada en la cárcel.
Una vez llevada a cabo la venganza, Thérèse solicita ser admitida en el convento, aunque no muestra demasiado interés en el funcionamiento de la orden. Bresson, tal como nos anunciaba el rótulo inicial, se detiene a mostrarnos cómo viven las monjas, sus reuniones, sus comidas, sus actos de confesión y penitencia.
Por ejemplo, lo que se llama la “corrección fraternal”, cuando Anne-Marie ha de ir de puerta en puerta de las celdas de sus compañeras y pedir que le digan qué piensan de ella, con toda crudeza, con toda sinceridad.
A Anne-Marie le cuesta encajar las críticas. Sigue generando tensiones, incluso por una cuestión banal como las caricias a un gato. A pesar de los esfuerzos de la superiora por protegerla, cuando se niega a hacer la penitencia impuesta (besar los pies de las otras monjas), es expulsada del convento. Pero Anne-Marie sigue vagando por las proximidades y vuelve por las noches para rezar ante la tumba del padre fundador.
La parte final del film es, sin duda, magnífica en lo formal. Por un lado, por medio de una ambientación casi propia de un cuento gótico, Anne-Marie sufre un desmayo, durante una noche de tormenta, mientras ruega a Dios ante la tumba del fundador. A la mañana siguiente la encuentran inconsciente unas monjas que la instalan en la enfermería. A pesar de las atenciones que recibe, Anne-Marie no tiene cura: su corazón está muy débil.
Aun así, va a intentar por todos los medios, hasta su último aliento, conseguir la redención de Thérèse, su confesión.
Finalmente, ya agonizando, rodeada de sus compañeras de convento, y con Thérèse junto a ella, toma los votos de la orden, pero le faltan las fuerzas, por lo que será Thérèse quien pronuncie las palabras.
Muerta Anne-Marie, con la policía esperándola en la entrada, Thérèse besa los pies de Anne-Marie, y desciende por una escalera, entre monjas, para entregarse.
Bresson firma el último plano que acompaña a la novicia en plano general para sin corte cerrarlo hasta un primer plano de las manos cruzadas de Thérèse a las que aplican unas esposas.
Bella forma de cerrar un film, que no deja de tener momentos visualmente brillantes, gracias sobre todo al trabajo con los blancos y negros de los hábitos de las monjas, fotografiados por Philippe Agostini, con el que Bresson repetirá en la próxima película, Les dames de Bois de Boulogne.
Al igual que en el hilo de Buñuel, advierto a quién quiera seguir esta aventura por las procelosas aguas de la filmografía de Bresson, junto al intrépido Alex que se ha enrolado a bordo sin titubear, que antes del cierre vacacional tengo la intención de comentar, además de Les dames de Bois de Boulogne, Journal d’un curé de campagne y Un condamné a mort s’est échappé, lo que nos llevará hasta mediados de julio, iniciando entonces un descanso hasta la segunda mitad de agosto, más o menos.![]()