04. A través de la noche (All Through the Night, 1942), de Vincent Sherman
Esta vez me apunto al “formato ahorro” defendido por Alex, porque poca cosa me parece destacable de este film, más allá de su dimensión histórica. Hay que entenderlo como uno de los múltiples films encuadrables en la contribución de Hollywood al esfuerzo de guerra (con, se comenta, el doble del presupuesto que The Maltese Falcon). La Warner, avanzándose a la entrada en el conflicto de los Estados Unidos, da luz verde a la película, que finaliza su rodaje a mediados de octubre de 1941.
El guion (francamente flojo, poco más que una pulp fiction poco inspirada: como curiosidad se cita a Superman y a Flash Gordon, lo que da una pista de por dónde van los tiros), firmado por Leonard Spigelgass y Edwin Gilbert, no es todavía una llamada a la ciudadanía para que se anime a enrolarse en el ejército, sino un toque de atención para estar alerta ante la presencia de quintacolumnistas. A Bogart (que, una vez más, se tuvo que conformar con un papel rechazado por George Raft), le toca enfrentarse a una tropa de espías nazis escondida en Nueva York, y que planea hundir un acorazado estadounidense. Él, “Gloves” Donahue (lo de “gloves” es porque suele llevar siempre puestos unos guantes), es un tipo con un pie en el otro lado de la ley, dedicado a las apuestas de todo tipo (boxeo, caballos, béisbol…), que se rodea de un grupo de estrafalarios compinches: Sunshine (William Demarest) y el taxista Barney (Frank McHugh), así como el rollizo Starchy (un recién llegado al cine Jackie Gleason), trío que se dedica a rellenar la película de comentarios supuestamente graciosos y de chistes de dudoso gusto (una lástima, porque Demarest estaba sensacional en los films de Preston Sturges).
La muerte del panadero que elabora los pasteles de queso que adora Gloves, le pone sobre la pista de una joven de origen alemán, Leda (una sosa Kaaren Verne, de corta carrera cinematográfica), que canta en el local que dirige Marty (un Barton MacLane que nos estamos haciendo un hartón de ver en multitud de films).
Tirando del hilo, y tras una muerte en la que Gloves aparece como sospechoso, van saliendo a escena los dirigentes nazis (los mejores de la función): Ebbing (Conrad Veidt), Pepi (un Peter Lorre esta vez malvado sin matices) y una tal “Madame” (una Judith Anderson post-Rebecca), que tienen su guarida (llena de esvásticas y retratos de Hitler y de Himmler) camuflada tras la fachada de una galería de arte que se dedica a las subastas.
[Por cierto, ¿no os recuerda nada, esa sombra que aparece a la derecha de la imagen?]
Planteada así la cosa, ya nos podemos imaginar el desarrollo: persecuciones, peleas, disparos, engaños, confusión por parte de una policía particularmente torpe, etc. Y un mensaje: ¡vigilad!, que detrás del vecino (se supone que si es de origen alemán con más motivo) puede esconderse un espía nazi, dispuesto a traer el fascismo y acabar con la democracia (hay centenares de ellos en Nueva York, se dice).
Afortunadamente, cuando un americano se enfada (como quedaba claro en la hitchcokiana The Man Who Knew Too Much), es imparable, y por mucho que coquetee con el delito, es consciente de sus deberes patrióticos. Mensaje, pues, muy alejado de los sórdidos ambientes de corrupción e inmoralidad que impregnaron el mejor cine noir.
¿Qué nos queda? Una ambientación oscura, eso sí, estilo Warner, hecho de luces y, sobre todo, de sombras (de la que es responsable Sid Hickox, que ya era lo mejor de The Wagons Roll at Night); una película de acción e intriga que, como anuncia el título, transcurre prácticamente en su totalidad durante una noche. Lástima que se favorezca en exceso el tono humorístico, incluso en los momentos más tensos. Entretenida (aunque un poco larga), difícil que permanezca mucho tiempo en el recuerdo.
Quiza fuera un consuelo para Bogie, defensor de la entrada de Estados Unidos en la guerra, que la película, estrenada después de Pearl Harbor, fuese un éxito, muy superior a The Maltese Falcon. Pero la próxima entrega, The Big Shot, nos mostrará que Bogart todavía no podía escaparse de los personajes estereotipados, del cliché del gángster, aunque fuera de medio pelo.