34. Horas desesperadas (The Desperate Hours, 1955), de William Wyler
De nuevo con Paramount, Bogart se vuelve a poner a las órdenes de William Wyler después de casi dos décadas, en un film filmado en blanco y negro, en Vistavision (la primera rodada con este sistema en blanco y negro, según imdb), con fotografía del veterano Lee Garmes.
The Desperate Hours fue primero una novela, de Joseph Hayes, que el autor trasladó a los escenarios y, posteriormente, convirtió en guion. Como pieza teatral ganó dos Tony ese mismo año, a la mejor obra y a la mejor dirección. En cambio, la película no tuvo el éxito esperado en taquilla.
Puede que uno de los motivos fuera que, a diferencia de la obra teatral, en la que el fugitivo Glenn Griffin era ni más ni menos que Paul Newman,
aquí el papel se reserva a un maduro Bogart, como si se hubiera querido recuperar al temible Duke Mantee, que ese mismo año había vuelto a encarnar en una versión televisiva de The Petrified Forest. El propio Bogie declaró después del preestreno: “I think I'm too old to play gangsters”.
El oponente de Bogart tenía que ser su buen amigo Spencer Tracy, pero, si hacemos caso a imdb, la negativa a ceder el primer puesto en los créditos de uno y otro impidió que volvieran a coincidir. Hubiera sido una bonita manera de despedirse en la pantalla, ya que Tracy fue su compañero en Up the River, el primer largometraje en que intervino Bogart (aunque se estrenó después que el segundo), su único film dirigido por John Ford. Sea o no verdad, se mantuvieron amigos, hasta el punto de que Tracy fue, junto a Katharine Hepburn, una de las últimas personas en despedirse de Bogart cuando, algo más de un año después, falleció.
En todo caso, la alternativa a Tracy fue el siempre excelente Fredric March.
No sé cómo hubiera sido el enfrentamiento entre Bogie y Tracy, pero aquí la pareja March-Bogart es sin duda el mayor atractivo del film. Film que no esconde su estructura teatral, restringiendo la acción a un espacio casi único, la casa de la familia Hilliard, ejemplo de clase media norteamericana: amplia casa en zona residencial de Indianapolis; responsable paterfamilias, Daniel (March); encantadora esposa, entregada ama de casa, Ellie (Martha Scott); dos hijos, un niño repelente y metomentodo, Ralphy (Richard Eyer), y una jovencita con ganas de volar fuera del nido, Cindy (Mary Murphy), que mantiene una primeriza relación amorosa con Chuck (un Gig Young que podría ser su padre; de hecho, hay menos diferencia de edad entre March y Young que entre este y Murphy).
En la mejor tradición de las home invasions, la apacible vida cotidiana de los Hilliard, con sus pequeños problemas triviales, se ve alterada por la irrupción de tres peligrosos convictos fugados de una prisión cercana. Ellos son Glenn Griffin (Bogie, que luce una cicatriz en su mejilla), su hermano Hal (un Dewey Martin que nunca llegó a gran estrella, aunque apuntaba maneras, ya desde la hawksiana The Big Sky), y el brutal e infantilizado Sam Kobish (Robert Middleton).
Presentados los dramatis personae, la acción del film es de lo más previsible, aunque en el guion se introducen una serie de idas y venidas del padre y de la joven Cindy que solo sirven para dilatar un poco la duración de la película, a fuerza de poner en riesgo la verosimilitud de la narración. Paralelamente, seguimos la actuación de la policía, movilizada en busca de los tres forajidos fugados. La intervención del inspector Jesse Bard (Arthur Kennedy), el agente del FBI Carson (Whit Bissell) o del sheriff Masters (Ray Collins), entre otros, tiene poco peso en el desarrollo del film, salvo en los últimos minutos. Pero incluso entonces, el interés del film se sigue centrando en los cara a cara entre Glenn y Daniel, o incluso mejor decir, simple y llanamente, entre Bogart y March. La tensión acumulada se concentra durante la recta final en un breve estallido de violencia, aunque, como era de esperar, la película se cierra con la imagen de la familia unida, a la cual se ha incorporado ya el madurito Chuck.
Reconozco que la temática (reproducida ad nauseam a lo largo de la historia del cine) de las home invasions no me suele interesar, es un subgénero muy codificado y previsible. Quizá este film de Wyler, realizado con pulcritud por el gran director, sea uno de sus ejemplos paradigmáticos, pero, aun así, me parece de un interés más bien escaso, aunque, eso sí, se deja ver con agrado. En todo caso, como otros de los films que hemos analizado en este ciclo Bogart, también The Desesperate Hours tuvo su correspondiente remake años después, Desperate Hours, dirigida por Michael Cimino, con Mickey Rourke y Anthony Hopkins en los papeles que encarnaron Bogart y March. No la he visto, pero conociendo la deriva de Rourke y lo afectado de muchas actuaciones de Hopkins, me temo lo peor.
Con la próxima entrega, The Harder They Fall, pondremos fin a esta larga revisión de la etapa dorada de la filmografía de Bogart. La casualidad ha hecho que, precisamente estos días, se haya programado en Movistar la película de Robson, en una copia que me ha parecido de mayor calidad que la incluida en el DVD de Columbia.




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