Día y noche, la hora de las meigas y de la soledad. Los fantasmas que impiden conciliar el sueño
El interior del barco naufragado es el mejor escenario que enlaza con el primer tratamiento del film que ansiaba Renoir. Misterioso, retorcido, pasional, silencioso, temerario, solitario, corroído, como estas personas atrapadas.
Pistas falsas que engatusan bien al espectador. Al final está tan ciego a su manera el personaje de Robert Ryan como lo está el de Bickford físicamente. Esta connotación es una de las más absorbentes del relato. El tema de los cuadros, incluido ése que desaparece temporalmente de la ex-musa, está bien condimentando la existencia amarga de los implicados pero no es tanto el motor del film
Las conversaciones cara a cara entre el personaje de Bennett con sus respectivas parejas masculinas suelen ser muy atrayentes. Lástima que las escenas de acción o thriller sean más rutinarias y me saquen un tanto de la experiencia. El último acto se precipita en exceso, así como las motivaciones reales, y las consecuencias quedan diluidas tras un abrupto "The End". Hala, ya he quemado los cuadros, ¿contentos? Ya somos libres, más o menos. Meh, una conclusión deprisa y corriendo. Una pena, porque cuando el film atraviesa sus mejores fases es realmente absorbente.
"Me llevo a tu marido a pescar" El rostro de Robert Ryan acojona, por decirlo de alguna manera, y el de Joan Bennett enternece. Parece "El cartero siempre llama dos veces". Pero a pesar de este momento tan crucial, noto en ambos un aspecto rejuvenecedor, como si supieran de antemano que librándose del pintor ciego sus vidas podrían ver la luz de nuevo. Si el film hubiese terminado con este intercambio de miradas, sabiendo lo que va a pasar off-screen, ¡¡WOW!! (enlazando cabos antes, claro).