The Lusty Men, de Nicholas Ray.
Añado unos breves comentarios a la valoración de Alcaudón sobre este espléndido film de Nicholas Ray, uno de sus mejores títulos.
Si
Infierno en las nubes empezaba con las fanfarrias del himno de los marines y nos endilgaba un discursillo patriotero de lo más conservador, con
The Lusty Men parece como si Ray quisiera sacarse la espina, con una especie de contraimagen del anterior film. Aquí los títulos de crédito aparecen en pantalla superpuestos a las imágenes de un desfile, una de esas típicas
parades americanas que hemos visto en tantísimos films. También la musiquilla y las banderas, disfraces y comparsas nos transmiten una imagen mítico-patriótica de Estados Unidos, que se enlaza con lo que podríamos llamar “la fiesta nacional”: el rodeo, con sus caballos, becerros enlazados, monta de peligrosos toros Brahman, etc., a mayor gloria de la figura legendaria del
cowboy, del
self-made man americano. Todo un despliegue de los tópicos más americanos que pronto se verá confrontado con una realidad amarga. Uno de esos vaqueros errantes, Jeff McCloud (un magnífico Robert Mitchum, en una de sus más brillantes interpretaciones), prematuramente envejecido, hastiado y cansado por las lesiones, deja atrás el recinto del rodeo, solitario y sucio,
para iniciar un viaje a su antiguo hogar (su Ítaca particular), que descubriremos que se trata de una vieja casa, de aspecto ruinoso, donde creció y a la que hace muchos años que no ha vuelto.
Allí encuentra algunos de sus “tesoros” de infancia: una vieja revista, un revólver medio desmontado, una lata de tabaco con unas pocas monedas. La casa, que él cree deshabitada, es ahora propiedad de un viejo que está esperando venderla a un matrimonio que vive en un rancho cercano, los Merritt: son Wes (Arthur Kennedy) y Louise (una sensacional Susan Hayward).
En pocos minutos Ray (gracias a un magnífico guion perfectamente filmado y montado) sintetiza de maravilla la otra cara del sueño americano, casi como si de John Huston se tratase. Jeff, Wes y Louise son un grupo de perdedores, pero en distinto grado. Jeff ya ha dejado atrás sus momentos de gloria, de ser una de las estrellas del circuito de los rodeos, alguien que ha ganado mucho dinero y lo ha perdido siempre rápidamente (
easy comes, easy goes, como le dirá Louise). Wes y Louise viven humildemente, él como peón en un rancho, ella como ama de casa (en cierto modo una gloria incierta para ella después de dejar atrás la barra de un bar, de donde la “sacó” Wes... y cuando en un film de Hollywood se dice “barra de un bar” uno puede entender algo mucho más sórdido). Ahorran para conseguir esa utopía de nuevo típicamente americana: tener su propio rancho, ser dueños de su destino, no depender de nadie. Pero Wes se deja fascinar rápidamente por la fama, el éxito y el dinero que ve representado en Jeff, un auténtico espejismo. Así, sin contar con Louise, deja el trabajo y decide empezar una nueva vida en los rodeos, contando con el asesoramiento de Jeff (nada desinteresado, y por partida doble, porque al dinero que va a sacar sin riesgo, la mitad de las ganancias de Wes, se une la atracción que siente por Louise).
Ray nos mostrará con detalle toda una galería de perdedores que sobreviven dentro del universo de los rodeos: Buster, desfigurado por una tremeda cicatriz en la cara causada por un Brahman; su mujer, Lorna, amargada por ver a su marido convertido en un alcohólic, un jugador, un fracasado; Booker (que luce por unas monedas las cicatrices de su pierna deforme), un viejo algo tocado por causa de un accidente de monta (Arthur Hunnicutt, en uno de esos papeles que solía bordar Walter Brennan), que sigue la feria de los rodeos con su hija;
o Rosemarie, que tuvo en su día un afer con Jeff, al que acudía con que solo silbará, pero, como le dice a Louise, un día Jeff “dejó de silbar”.
Esa caravana de perdedores, de buscadores de sueños imposibles nos acompañan a lo largo del circuito. Wes mantiene una ascendente carrera que Louise ve cada vez con más desconfianza. En juego está la seguridad de una tranquila vida matrimonial, de un hogar estable, de una vida sedentaria, alejada del alcohol, los bares, el juego y las mujeres tentadoras que acechan a los ganadores, y sobre todo alejada de la muerte.
El conflicto es inevitable. Wes disfruta de su éxito, cegado por el brillo del dinero y de la fama. Jeff se atreve a sugerir a Louise que quizá él podría ser una alternativa a su disoluto marido. Pero ella decide no jugársela. Se intuye que siente suficiente atracción por Jeff como para poder dejar a Wes, pero hay una actitud de dignidad, de respeto a los compromisos, de voluntad de no dejarse llevar por la falsedad del mundo del rodeo, que la obligan a decirle a Jeff que no (y quizá de miedo de volver a “la barra del bar”). Un no que lleva al vaquero a un último sacrificio: no podrá tener a Louise, y con ella esa vida que se le ha escamoteado, que nunca ha podido gozar, pero al menos ayudará a que ella sí pueda tenerla, obligando a que le caiga la venda de los ojos a Wes. ¿Y qué mejor manera de hacerlo? Volviendo él mismo al rodeo y muriendo en el intento. Creo que se puede fácilmente ver ese sacrificio final como una especie de suicidio por amor, algo que Ray refuerza con ese final que ha comentado Alcaudón, en que Jeff se despide de Louise de espaldas a la cámara y con un mensaje inaudible. Y que se cierra con una imagen de claro simbolismo:
No me alargo más porque Alcaudón ya ha hecho un resumen completo. Formalmente, Ray consigue mezclar con habilidad una gran profusión de imágenes documentales sobre los rodeos con las propias del rodaje con los personajes (en buena medida en estudio), de forma que el film adquiere un carácter a menudo casi documental. Quizá el mejor film sobre el mundo del rodeo que recuerdo y, a su vez, un drama romántico de altura. En esta faceta de mezclar un espectáculo de riesgo con un cierto tríangulo amoroso me recordó la maravillosa
Ángeles sin brillo de Douglas Sirk, aunque allí el ambiente era el de las acrobacias aéreas y más que un triángulo era un cuadrángulo
Y la semana que viene...
Johnny Guitar, no sé si la mejor de Ray, pero sí mi preferida.