Tercera entrega del maratón conradiano y no sé cuántas más va a haber ni con qué frecuencia, porque como ya dije, estoy un tanto revenida. Ésta vez le ha tocado el turno a una película que nunca hasta hoy había visto:
Guillermo Tell.
Doy por sentado que todo el mundo se conoce más o menos la historia de Guillermo Tell, así que no pasará nada si comento la película y meto unos cuantos spoilers sin la perceptiva etiqueta.
Bueno, básicamente es la historia de unos campesinos en Suiza en la Edad Media. El país está bajo el control del Emperador de Austria, que divide el país en tres partes y pone al frente de cada una de ellas a un noble de su corte, a cuál más cabrito, para que recaude los impuestos y todo éso. A la parte donde está Guillermo Tell (Hans Marr) le toca en suerte Gessler (Veidt), que es un hijo de fruta de cuidado. Tiene una apariencia costrosa, lleva un látigo de varias colas constantemente, le gusta comer cordero con las manos y beber vino en cálices de misa y trata el país como su cortijo personal. Un encanto de tipo, vamos.
Los esbirros de Gessler se dedican a asolar el país: intentando violar a las mujeres de los guardabosques, robando vacas, dejando ciegos a ancianos y todas las tropelías que se os puedan ocurrir. Pobres de los aldeanos como intenten decir esta boca es mía, porque lo que les espera es aún peor. En estas, los campesinos, que están más que hartos de los austríacos, deciden que es hora de hacer algo, y se reúnen, y piden a Tell, el mejor cazador y tirador de la zona, una especie de héroe local por sus habilidades venatorias y su puntería, que se una a ellos y a la causa por la libertad. Pero a pesar de ver a sus vecinos tan atribulados, el amigo Guillermo no quiere saber nada de politiqueos, es un hombre de su casa y prefiere quedarse en donde está con su familia. Entre tanto, asistimos a las luchas por el poder entre los nobles y las intrigas de la corte. Hay una pijilla suiza, Bertha von Brünneck (Erna Morena), de la que se encapricha Gessler. Pero la chica no quiere ni oír hablar de casarse con el
simpático austríaco, entre otras, porque ya hay otro por ahí que le hace más tilín, Ulrich von Rudens (Johannes Riemann). El otro, por cierto, no se atreve a hacer gran cosa, porque Gessler manda más, tiene más pasta, más mala leche y además le saca lo menos diez centímetros. Sin embargo, acaba por agotar la paciencia de Gessler, que no anda muy sobrado de ella, y el tipo acaba en la mazmorra. Bertha consigue liberar a su amado con la promesa de que se casará finalmente con el aborrecido Gessler.
Se hacen los preparativos para la boda, y entre tanto, nuestro encantador tirano tiene la idea de plantar en la plaza del pueblo un poste con un gorro en lo alto, ante el cual deben arrodillarse al pasar todos, so pena de ser condenados a muerte por traidores. Pasa por ahí Guillermo Tell con su hijo, y no se arrodilla ante el sombrero. Lo van a detener y a ejecutar, pero Gessler, que pasaba por ahí en ese mismo momento, ha oído hablar de la famosa puntería de Tell y dice que él y su hijo se salvarán y serán libres si Tell hace el consabido numerito de la manzana sobre la cabeza de su hijo. Por supuesto, lo hace, pero, llegados ya a este punto, a Tell ya se le han hinchado bastante las narices y se pone chulo con Gessler, que lo manda detener.
Gessler se va al castillo de su novia para casarse llevándose con él a Tell prisionero, pero hay una tempestad y el barco que los lleva está a punto de naufragar. Tell se escapa, se les adelanta por otro lado, se encuentra Gessler en una encrucijada y como Don Luis en el Tenorio le envía al otro mundo una flecha envuelta en él. Muerto el perro se acabó la rabia, y como el capullo de Gessler ahora está muerto, Bertha está que da palmas con las orejas porque al fin se puede casar con Ulrich y los campesinos que tan mal lo habían pasado, se dedican a tratar a los esbirros del otro casi tan mal como los han tratado a ellos antes, en vez de mostrar cierta comprensión y perdonar, si es que la gente no aprende.
Dirigen unos tales Rudolf Dworsky y Rudolf Walther-Fein, de los que no he visto ninguna otra película. Parece que se gastaron un montón de pasta en hacer esta película y hasta contrataron a varios asesores históricos para que todo fuera lo más verosímil posible. Debió de tener bastante éxito en su momento, pero hoy en día es una película más bien olvidada, y creo que es fácil saber por qué.
A pesar de algún hallazgo visual interesante, de los hermosos paisajes en que transcurre, bellamente fotografiados, y del buen ritmo con que está narrada, esta película tiene un par de defectos capitales. El más gordo de los cuales es que, siendo una película épica, es más bien muy poco épica, le falta exaltación y sentido heroico. Comparémosla, por ejemplo, con Los Nibelungos de Fritz Lang. No sólo el actor elegido para encarnar a Guillermo Tell es un tipo gordo y barrigudo, con una pinta poco heroica, es que además está muy diluido como personaje. Sale poco, y no nos cuentan gran cosa de su carácter y aspiraciones. Sus hechos se quedan restringidos casi a sus habilidades cinegéticas y a su puntería, no nos muestran aquí a un patriota. Y esto nos lleva al segundo defecto, y es que también la acción en general y la mayoría de los personajes están también muy diluidos y faltos de desarrollo, y todo resulta bastante tópico y por momentos, algo confuso. Puede deberse a que la calidad de la copia no era muy allá y sólo tenía rótulos en alemán que no he comprendido del todo bien. Veidt está en su salsa como el maligno Gessler, uno de sus memorables villanos, aunque quizá resulte un tanto tópico en exceso, como todo lo demás.
Es evidente que quisieron meter cierto mensaje político en la película, ya que se hizo en una época en que estaba reciente la fundación de la República de Weimar y ésta era mirada por cierto escepticismo, por cuanto en Alemania las cosas no iban demasiado bien, pero éste mensaje es bastante suave y no llega a caer nunca en el panfleto, limitándose a ser una tópica apelación a la libertad y a la unidad del pueblo (hacía dos días, como quien dice, que Alemania había dejado de ser un conglomerado de ciudades estado). Con todo, debió de tener cierto éxito pues unos diez años después fue objeto de
un remake sonoro, con Veidt repitiendo el papel de Gessler...y a punto de tener un serio disgusto. Pues no recuerdo ahora si durante la producción, post-producción o promoción de la película, tuvo que volver a Alemania...donde los nazis, que no le tenían demasiada ley, lo secuestraron y lo tuvieron detenido varios días en un hotel intentando que se pasara a su lado (recordemos que en el 33 se había tenido que ir a vivir a Gran Bretaña tras no querer colaborar con ellos) y sometiéndolo a tortura psicológica. Sólo gracias a la intervención de su amigo, el productor británico Michael Balcon que tenía contactos diplomáticos, lo soltaron y pudo volver a Gran Bretaña. No volvió a pisar tierras alemanas.
La próxima vez que os veáis
Casablanca, pensad que si el tipo clavaba el papel de nazi cruel y refinado era no sólo porque era un gran actor, sino porque sabía muy bien cómo se las gastaban aquellos elementos.