Manifestarse en Salamanca, renacentista y dorada, es una bendición. Además de la compensación moral, te llevas el regalo de la estética. De todas maneras, la reclamación de una parte del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca por parte del Gobierno de Cataluña dejó en el atardecer de ayer
el sabor amargo que produce la amenaza del nacionalismo catalán, ya, por cierto, en su fase de consolidación.
En efecto, al plantear esta operación como una batalla en el «exterior»
los catalanes dan a entender que han cubierto ya las etapas de la construcción de la nación y que están ya en la fase de la expansión. El acoso al Archivo de Salamanca es una salida al territorio «enemigo», Castilla y León como región odiada.
El nacionalismo se realiza cuando se cumplen estos deseos primarios y brutales, especialmente gratificantes cuando se piensa que la «conquista» se da sobre el antiguo dominador, ahora, por fin, vencido.
Pero, además, para los nacionalistas y los socialistas -para los social-nacionalistas en definitiva- esta batalla contra Salamanca y contra Castilla con el pretexto del Archivo tiene la pretensión de modificar la imagen de Cataluña.
Tratan de demostrar que el Archivo de la Guerra Civil fue el producto de un acarreo documental franquista en detrimento de Cataluña, que habría sido una región expoliada, vencida, sojuzgada por la Castilla fascista.
Es verdad que nadie con una mínima idea de lo que ocurrió hace setenta años puede dar crédito a esta impostura, pero ¿acaso el nacionalismo no vive de supercherías y
falsificaciones de la Historia?
Hay un aspecto de
esta invención que tarde o temprano pagarán los catalanes. Al desentenderse de su pasado carlista, católico, franquista... no sólo
desfiguran su personalidad histórica sino que impiden el reconocimiento
de la cultura catalana representada por sus mejores creadores, desde Balmes a Verdaguer («La Atlántida», «Patria»...), desde Gaudí (en proceso de beatificación) a Maragall, desde D´Ors (y el mito de «La ben plantada») a Pla, desde el arquitecto Coderch a Martín de Riquer (padre de Borja)... ¿Y dónde habría que situar figuras civiles como Cambó, Porcioles, López Rodó, Ullastres, Narcís de Carreras o Estapé?
Pero si es triste asistir a esta locura colectiva, a esta ficción, a esta visión digna de un «retablo de las maravillas» de nuestro tiempo ¿qué decir de los compañeros de viaje que les han salido a los nacionalistas como, por ejemplo, la ministra de Cultura? Por eso se me ocurre que
el grupo de intelectuales catalanes no nacionalistas (Félix de Azúa et alii) podrían tomarse la defensa de la integridad del Archivo de Salamanca
como su primera aportación a las reivindicaciones «españolas» y a
la restauración de la verdad que se han marcado como objetivo.