El cuarto hombre (De vierde man), de 1983.
Sexta y última película holandesa de Verhoeven antes de iniciar su periplo internacional. Como en cuatro de las cinco anteriores, el productor es Rob Houwer y el guion (de Gerard Soeteman, el guionista habitual) está basado en una novela de marcado carácter autobiográfico de un escritor famoso y controvertido,
Gerard Reve, homosexual, católico, anticomunista y notablemente polémico. Para la ocasión vuelve a situarse tras la cámara Jan de Bont. La banda sonora (la mejor sin duda de estas seis películas holandesas) es de Loek Dikker (por momentos me ha recordado a Bartók).
El film se inicia con unas inquietantes y simbólicas imágenes de una araña paseándose por un crucifijo. “Simbólica” es la palabra clave para interpretar esta película, plagada de símbolos religiosos, premonitorios, sexuales.
De hecho Verhoeven comenta que él y Soeteman decidieron llenar el film de simbología para darle mayor densidad con lo cual estaban seguros de contar con el beneplácito de la crítica, y así fue, ya que fue su película que recibió mejores críticas en Holanda (y quizá también hoy en día es su film holandés más reputado). Verhoeven lo plantea en el audiocomentario casi como una broma, una tomadura de pelo para críticos, pero creo más bien que eso forma parte de la manera socarrona, irónica, desprejuiciada, desmitificadora, con que el director comenta su obra, ya que la aparición de esos símbolos son perfectamente coherentes y están muy bien integrados en el conjunto (aunque quizá algunos sean demasiado reiterativos y evidentes, subrayen en exceso la trama).
Esa araña y ese crucifijo se encuentran en la habitación de Gerard Reve, escritor trasunto del autor de la novela. Verhoeven comenta que ese nombre “Reve” se aproxima al “rêve” francés, que quiere decir sueño, y que sirve como clave para interpretar, si se prefiere, todo lo que vamos a ver como una ensoñación del escritor, personaje que como su autor se va a revelar como homosexual, católico (algo muy especial en Holanda) y alcohólico. Reve (Jeroen Krabbé, en una espléndida interpretación) se nos presenta “a la Verhoeven”, o sea enseñándonos el “paquete”, como el Erik de
Delicias turcas, en una casa llena a rebosar de botellas de vino vacías y de figuras religiosas (cruces, vírgenes, una
pietà). Vive con el que suponemos es su amante, un violinista, con el que no parece tener ya demasiada buena relación (se imagina que lo estrangula).
Coge el tren para viajar hasta Vlissingen donde ha de dar una conferencia. En la estación se encuentra con un joven atractivo al que intenta ligarse, pero se le escapa, cogiendo un tren en dirección a Colonia. En el vagón, Gerard coincide con una mujer rubia, vestida de azul, que se le va a aparecer en diferentes momentos del film (y que se puede identificar como una aparición de la Virgen María). Hay un momento en el tren particularmente inquietante (y, aunque sea un anacronismo, diría que lynchiano): Gerard mira fijamente la foto de un hotel, el Hotel Bellevue,
y la cámara nos introduce dentro de ese espacio junto a Gerard, que va a pasear por los pasillos del hotel hasta llegar a la puerta número 4, donde el indicador del número se va a convertir en un ojo que se desprende, detalle sin duda muy buñueliano-daliniano.
Ya en Vlissigen, en la conferencia, va a conocer a Christine (Rennée Soutendijk), cuyo nombre también tiene un simbolismo claro, vestida de rojo infernal, de presencia sofisticada y seductora. Aceptará la invitación de la joven para pasar la noche en su casa, una enorme mansión donde regenta un salón de belleza, llamado Sphinx, pero que por un mal funcionamiento de las luces se rebautiza como Spin (“araña” en holandés). Gerard hará el amor con Christine, pero para ello tendrá que imaginar que es un muchacho (en una secuencia de elevado voltaje erótico: por una vez, Verhoeven consigue que la exposición del sexo sea algo más que una mostración naturalista).
Durante esa noche Gerard va a tener dos sueños impactantes: en uno, la mujer de azul lo conduce hasta un mausoleo donde cuelgan abiertas en canal tres reses,
y en el otro Christine lo castra (la película juega también con el simbolismo bíblico de Sansón y Dalila, de hecho la gama de productos de cosmética de Christine lleva el nombre de la amante de Sansón… y Christine cortará después los cabellos de Gerard). Se nos cuenta que Christine es viuda (después sabremos que lo es por tercera vez, o sea que su nuevo amante es “el cuarto hombre”, y que los tres esposos anteriores han muerto en extrañas circunstancias, con lo que se concreta su papel de viuda negra, de araña que devora al macho después de la cópula). ¿Quién será ese cuarto hombre, Gerard o Herman (Thom Hoffman), el actual amante de Christine, que “casualmente” es el joven del que se encaprichó Gerard en la estación de tren?
Planteados todos los elementos, la película va a describir la creciente obsesión de Gerard por Herman y, a su vez, su miedo a ser él el cuarto hombre. La película se desliza hacia una visión innegablemente misógina del personaje de Christine, a la cual Gerard ve como una especie de diablesa, de maga, de bruja, de ser maligno (que prefigura en cierto modo la Catherine Tramell de
Instinto básico). En paralelo, Gerard y Herman inician una relación sexual (¡tranquilo, Alex, no hay felación visible, pero sí sugerida!), que se verá truncada por el fatal desenlace.

En el audiocomentario Verhoeven reconoce diversas influencias: de Bergman, por el símbolo del dios-araña, presente en
Como en un espejo; de
Dr.Zhivago, cuando saltan chispas del tranvía; de Dalí y su participación en los decorados del
Recuerda hitchcockiano; de
Vértigo, por la secuencia repetida del peligro de accidente del coche de Christine, con efectos distintos en ambos casos; aunque no la cita, también es evidente la referencia a
Psicosis, cuando Gerard observa a Christine y a Herman follando a través del ojo de la cerradura. También reconoce la influencia de la pintura de Edward Hopper, que les inspiró, a él y Jan de Bont, el uso del color y el diseño de los interiores del film; y de los pintores simbolistas del siglo XIX. Como detalle curioso, Verhoeven revela que Krabbé ha compaginado su carrera como actor con la de pintor.
En resumen, excelente película, que conserva todo su misterio y encanto, de filiación claramente hitchcockiana, inquietante y perturbadora, la más sensual de sus películas, la más redonda de su primera etapa holandesa. Un placer para los sentidos.