Comento brevemente en este hilo dedicado a la nouvelle vague un díptico documental de Agnès Varda, para lo cual hace falta introducir algunas precisiones. De entrada, se podría discutir hasta qué punto Varda forma parte de ese movimiento de jóvenes (y no tan jóvenes) directores de cine que procedían en su mayoría de la crítica, en particular de Cahiers du Cinéma, cuando Varda no se consideraba una “cinéfila” y llegó al cine a partir de la fotografía.

De hecho, se la ha llamado en ocasiones “la abuela” de la nouvelle vague, aunque ese apelativo no se corresponde con la edad. Varda nació en 1928, mientras que Éric Rohmer lo hizo en 1920, Jacques Rivette también en 1928, Jean-Luc Godard y Claude Chabrol en 1930, y François Truffaut en 1932. O sea, si es por pertenecer a una determinada generación, Varda, al igual que el que sería su marido, Jacques Demy (nacido en 1931), se podrían incluir sin problema en el grupo.

Quizá lo de “abuela” responde al hecho de que Varda ya estrena en Cannes en 1955 un film que rompía con la tradición del cine francés de la época, a menudo acusado de academicismo: La Pointe Courte (con Philippe Noiret y Silvia Monfort, que no he tenido ocasión de ver).

Otra precisión necesaria es la de si es adecuado o no calificar muchas de sus películas como “documentales”. En todo caso, muchos de ellos suelen ser documentales en primera persona, extremadamente personales, casi domésticos, en los que ella misma se introduce dentro del film, narrando desde dentro. Los dos que comento son una buena muestra de ello.

L’univers de Jacques Demy (1995)



Precisamente porque sus documentales se plantean, a menudo, en primera persona, parece lógico que dedicara uno a su marido, Jacques Demy, fallecido en 1990. De manera singular, Varda resume, sin orden cronológico, y dando parecida importancia a todas sus obras, la filmografía de Demy, desde Lola (1961), su primer (y magnífico) largometraje, a Trois places pour le 26 (1988). Confieso que conozco poco y mal la obra de Demy, cosa que estoy corrigiendo en los últimos años, pero su peculiar cine musical, con Les Parapluies de Cherbourg (1964) y Les Demoiselles de Rochefort (1967) como hitos más destacados y populares, no me atrae. En cambio, tanto Lola como La Baie des Anges, me parecen dos bellos films, con la presencia destacada de Anouk Aimée y Jeanne Moreau respectivamente.

Varda mezcla imágenes de procedencia diversa: fragmentos de las películas de Demy; fotos e imágenes de los lugares donde vivió Demy, en particular Nantes; referencias familiares (aparecen el hijo común, Mathieu, también director de cine, y la hija de Varda que Demy adoptó, Rosalie, directora artística y responsable de vestuario de numerosos films), incluida la presencia de la propia Agnès… y de los omnipresentes gatos; testimonios de diferentes actores (Michel Piccoli, Jacques Perrin, Jean Marais… incluso de Harrison Ford, que estuvo a punto de rodar una película con Demy), actrices (Catherine Deneuve, Anouk Aimée, Jeanne Moreau, Danielle Darrieux, Françoise Fabian, Dominique Sanda…) y colaboradores, como el compositor Michel Legrand. Un retrato muy completo de Demy (aunque se obvian las causas de su muerte) que quizá sirva para animarme a ver algunos de sus títulos más destacados.



Les plages d’Agnès (2008)



Documental que complementa el anterior, ofreciéndonos la otra cara de la moneda, es decir, un recorrido bastante completo, y en este caso respetando un cierto orden cronológico, por la vida y obra de Varda. Su infancia en Bruselas, su traslado con la familia a Sète, en Occitania, durante la guerra, y su llegada a París en 1943. Nos cuenta sus inicios en la fotografía y su paso al cine, con La Pointe Courte. Luego, su contacto con los integrantes de la nouvelle vague y, en particular, su relación con Jacques Demy, con el que se casa y tiene un hijo, Mathieu.

Poco a poco, va pasando revista a su obra, donde la ficción y el documental, el largometraje y el cortometraje, la fotografía, el cine y las instalaciones, se alternan y se mezclan, en un conjunto estético muy coherente, hecho del fragmento, de la autorreferencia, del testimonio directo, en un incesante juego de espejos.



Parece como si la obra visual de Varda forme parte inseparable de su vida, y su vida sea, en todo momento, material para su obra, desde su más tierna juventud hasta su vejez (recordemos su última obra, estrenada poco antes de morir a los 90 años: Varda par Agnès). La película se cierra con un sentido recordatorio a la figura de su marido, muerto a causa del sida, algo que en su momento (por ejemplo, en el anterior film comentado, L’univers de Jacques Demy) se mantuvo en secreto.

En definitiva, un díptico perfecto para aproximarse a la obra de Demy y Varda.