Amor renovado para el símbolo de la Nueva Ola






Por Maïa de la Baume


PARÍS – La actriz Emmanuelle Riva, símbolo de la Nueva Ola francesa y hoy octogenaria, no pensaba mucho ni en el éxito ni tampoco en poder conseguir un nuevo rol protagonista tras su última película, hace ahora 20 años. Pero cuando el director austríaco Michael Haneke, cuyo trabajo admiraba desde hacía mucho tiempo, le ofreció un papel principal en Amour, un emotivo cuento de amor y muerte ambientado en un apartamento parisino repleto de libros, ella aceptó al instante.

«Sentí inmediatamente que había algo extraordinario en el guión», comenta Riva, de 85 años. «Lo presentí íntimamente, sin la menor vanidad. Supe que podía hacerlo, desde un principio quise hacerlo, y lo viví con una gran pasión».

Su sutil interpretación de una profesora de música jubilada, que cae en declive físico y mental tras un derrame, y acarreándole una enorme carga a su marido, interpretado por Jean-Louis Trintignant, ha sido elogiada por críticos de todo el mundo. Manohla Dargis, del New York Times, la describió como “sutilmente brillante”, mientras que The Daily Telegraph la catalogó de “extraordinaria”, y Le Monde escribió de su actuación que era “excepcional en fuerza y tenacidad”.

En mayo pasado, Riva se colocaba al lado de Haneke cuando la película ganó la Palma de Oro, en el Festival de Cine de Cannes. Fue el primero de múltiples honores, incluyendo una nominación a mejor película extranjera en los Globos de Oro. La propia Riva se alzó con tres galardones, en los Premios del Cine Europeo, en la Asociación de Críticos de Los Ángeles y en la Sociedad de Críticos de Boston – un reguero importante de reconocimientos, teniendo en cuenta que no recogía un gran premio desde Thérèse, de Georges Franju, allá por 1962.

A pesar de todo lo que se ha hablado de la edad tan avanzada de los protagonistas de Amour, en una entrevista en el apartamento de París en que lleva viviendo durante los últimos 50 años, Riva no quiso hablar sobre edad, renacimiento ni fama; palabras como “carrera” quedan vedadas de su vocabulario. Sigue maravillándose con las cosas más corrientes de la vida, incluídas las palomas que de vez en cuando se posan en su ventana. Su casa es un elaborado batiburrillo de pasado y presente, con cuadros de paisajes exhibidos junto a fotografías recientes de animales, entre los que se incluye su gato Titine, recientemente fallecido.

Riva lleva el pelo aun más corto que su personaje en la película, aunque conserva la misma cautela delicada así como la dulzura de sus ojos. Se sienta derecha, inmóvil incluso, y va de una habitación a la otra con una elegancia tan atlética como inusual en una mujer de su edad.

Largamente admirada por su inimitable dicción, encanto e inteligencia sin pretensiones, dando vida a personajes a menudo oscuros y poco convencionales en clásicos de la Nueva Ola, como Hiroshima mon amour, declara, «Nunca pretendí ser una estrella, nunca». Y añade: «Traté de hacer las cosas que me gustaban, y además sentía la necesidad de variar. Es terrible ver a los actores reproducir la misma imagen una y otra vez».

La mirada inusualmente tierna, al tiempo que poco sentimental, con que Haneke retrata la vejez fue algo que la atrajo, explica, y su visión tan directa de la decrepitud y de la muerte no la asustaron, ni siquiera cuando tenía que maquillarse para que su personaje pareciera más mayor.




«Mis instrucciones eran ‘nada de sentimentalismos’», dice. «Desde ese momento, lo entendí todo».

Abordó su interpretación con más instinto que preparación, y su papel, dice, «exorcizó» sus temores a la muerte. Isabelle Huppert, quien hace de su hija en Amour, le había contado que en las películas de Haneke «son los espectadores quienes sufren, no los actores», y Riva se mostró de acuerdo con esa opinión.

«La atmósfera era muy solemne, muy precisa y muy rigorosa en el set», añadió. «No había ninguna tristeza; estábamos todos juntos».

Al igual que otras muchas actrices, pasó por una audición para el papel de Anne, la profesora jubilada. «Haneke me dijo que yo había sido con quien más se había emocionado», expresó. «Incluso me dijo amablemente, más tarde, que yo era la única actriz en toda Francia que podía hacerlo».

En una entrevista con The Times, a principios de año, Haneke declaraba, «Cuando yo era joven, Emmanuelle Riva me cautivó en Hiroshima mon amour, pero a partir de ahí le perdí la pista». Cuando llegó el casting de Amour, aseguró que en las audiciones «mi favorita desde el principio fue Emmanuelle Riva, no sólo porque es una gran actriz, sino también porque forma una pareja muy atractiva y creíble con Jean-Louis Trintignant».

Nacida Paulette Rivat en 1927, creció en Remiremont, un pequeño pueblo en el este de Francia. Su padre trabajaba como pintor para empresas constructoras.

De pequeña, a Riva le encantaba «trepar en los árboles de las palabras» y actuaba en obras en el teatro local. Pero la vida como actriz parecía inalcanzable para una «chica de pueblo», como le gusta referirse a sí misma, procedente de una familia de escasos recursos, así que abandonó el colegio y trabajó de costurera durante varios años «a la espera de que apareciera otra cosa».

Tras leer un anuncio en un periódico local, envió solicitud a una escuela de interpretación en París y obtuvo su primer papel en un escenario parisino en 1954, para la obra El hombre y las armas, de George Bernard Shaw.

«Yo quería vivir otra vida y muchas vidas a la vez», reconoce. «Actuar te permite vivir una gran variedad de vidas diferentes».




La celebridad que nunca buscó le llegó en 1959, cuando Alain Resnais la eligió como protagonista de Hiroshima mon amour, para el papel de una actriz que viaja a la ciudad de Hiroshima después de que EE UU lanzara la bomba atómica, y que se ve entonces atrapada en una aventura imposible con un arquitecto japonés.

Guarda buenos recuerdos de aquella experiencia, cuyas secuelas incluyen la publicación en 2009 de un libro de fotografías que hizo de Hiroshima durante el rodaje, así como una perdurable amistad con la escritora de la película, Marguerite Duras.

Más tarde encarnaría a una viuda atormentada en la búsqueda de Dios, en el film de 1961 Léon Morin, sacerdote, de Jean-Pierre Melville, así como a la esposa infeliz que intenta envenenar a su esposo, en Thérèse. Ambas interpretaciones , consideradas muy atrevidas para la época, fueron llevándola a papeles más trágicos e intelectuales que a comedias.

«Rechacé tantas ofertas como las que acepté», asegura. «Rechacé los papeles comerciales. Pero me equivoqué, terminé siendo demasiado extrema, y no puedo decir que hiciera bien».

Tras trabajar con directores de renombre como Marco Bellochio y Philippe Garrel, Riva encontró dificultades para dar con roles cinematográficos que le encajaran bien, por lo que terminó dedicándose principalmente a trabajos en teatro. Tuvo un pequeño papel en la película de Krysztof Kieslowski, Tres colores: Azul, de 1993, y en la de Tonie Marshall, Vénus beauté (Institut), de 1999, tras las cuales volvió a la poesía durante un tiempo, llegando a escribir tres libros en verso.

Le gusta citar las palabras de su amigo el cantante Jacques Brel, con quien coincidió en Les risques du métier (1967), de André Cayatte: «¿Conoces alguna palabra más estúpida que “estrella”?»

Riva no tiene hijos, y su pareja falleció en 1999. Hoy vive sin teléfono móvil ni televisión, aseverando que, pase lo que pase, tiene la intención de seguir siendo una persona normal y corriente, incluso después de todas las consideraciones que ha recibido por Amour.

Se siente muy complacida por el éxito de la película, cuenta, especialmente cuando escucha a fans o gente joven.

Su cara se le iluminó al recibir el otro día una carta de un antiguo amigo, quien había visto Amour hacía poco. «Sigo preguntándome cómo conseguiste envejecer de una manera tan trágica ante nuestros ojos», le escribió su amigo.

Riva soltó una carcajada y dijo, como si estuviera respondiendo a la carta en voz alta: «Anne es otra persona, no soy yo. Es un viaje hacia otro alguien, alguien que no soy yo».





The New York Times, 2 de enero de 2013