Paréntesis navideño muy bergmaniano (lo cual, advierto, no es nada aconsejable), que me ha permitido darle un buen tirón a mi particular periplo a lo largo de su filmografía. Incorporaré, pues, durante los próximos días cuatro nuevos comentarios: Cara a cara (1976, en algunos casos citada con el esperpéntico título de Cara a cara al desnudo, incluso a veces con unos puntos suspensivos después de la segunda “cara”), El huevo de la serpiente (1977), Sonata de otoño (1978) y De la vida de las marionetas (1980), las tres últimas producidas ya en su etapa de destierro voluntario en Munich.
Cara a cara es, al igual que Secretos de un matrimonio, una serie de televisión, al parecer de cuatro capítulos con una duración total de unos 200 minutos (o 176 según imdb). De la versión televisiva no puedo decir nada porque ni la he visto ni tengo conocimiento de que esté disponible en DVD/BD o en la red. Por tanto, mi comentario se basa en la versión estrenada en cines, con la presencia de Dino de Laurentiis en la producción y una duración de 135 minutos (vista en la horrorosa edición de Resen/Karma editada aquí, en formato 1,77:1, y créditos en inglés, aunque la versión sea la original en sueco; aviso que es una edición con gravísimos problemas de entrelazado durante los primeros minutos, además de una notable falta de detalle y nitidez a lo largo de todo el metraje, y un sonido defectuoso).
Con guión de Bergman y fotografía de Nykvist, asistimos a una especie de traslación esperpéntica de temas ya tratados en su obra. La protagonista es Jenny (Liv Ullmann), una psiquiatra que comprobaremos está quizá en peor estado emocional que sus pacientes. Es una mujer que parece desorientada, desubicada. Su marido viaja constantemente, su hija está de campamentos y, mientras espera que la familia se vaya a vivir a una gran casa ahora vacía, que visita en la primera secuencia del film, se instala en casa de sus abuelos: él (Gunnar Björnstrand), está muy enfermo, casi no habla y se pasa el tiempo en la cama o en un sillón; ella, parece una mujer controladora y dominante. Ya durante la primera noche se le aparece una extraña mujer anciana, con un ojo todo él negro.
Spoiler:
Durante una fiesta conoce a Thomas (Erland Josephson), un médico, hermanastro de Maria (Kari Sylwan, la criada de Gritos y susurros), una de sus pacientes. Thomas intenta seducir a Jenny, sin éxito. Durante una noche, alguien la llama a Jenny desde la casa vacía. Allá encuentra a Maria, semidesnuda. Descubre que ha ido a la casa con dos hombres, uno de los cuales intenta violar a Jenny sin conseguirlo, porque está “seca y cerrada” (como más tarde confesará a Thomas).
Durante otra noche en casa de Thomas, cuando se van a la cama con la promesa que no habrá sexo, Jenny estalla en una crisis nerviosa. Posteriormente, a solas en la casa de los abuelos, intenta suicidarse ingiriendo un gran número de pastillas. A partir de ese momento la estructura del film se modifica: saltamos de una narración lineal de diversos episodios aparentemente consecutivos a una mezcla de sueño y realidad (mientras se recupera en el hospital de su intento de suicidio).
Durante los sueños, veremos a Jenny vestida completamente de rojo (ese rojo que durante estos años es todo un signo de identidad de Bergman/Nykvist, recordemos Gritos y susurros o el vestido de Bibi Andersson en La carcoma), deambula por diversos lugares donde encuentra extrañas personas (la vieja del ojo negro otra vez) y a sus familiares: sus abuelos, su hija, Anna (la niña que aparecía a lo largo de La flauta mágica como espectadora), y sus padres (muertos en un accidente). En estos encuentros será un tema central la oscilación de Jenny entre el amor y el odio hace sus padres y abuelos (llegando incluso a la violencia con sus fantasmales padres). En uno de esos sueños se contempla a si misma muerta, en un ataúd (como también se contemplaba el profesor de Fresas salvajes en un sueño).
En el ámbito de la realidad (¿seguro?), Jenny mantiene unas reveladoras conversaciones con su marido (nada parece unirlos), su hija (que no entiende lo que su madre ha hecho, cree que ya no la quiere) y Thomas. A él le confiesa, en uno de esos cara a cara que marcan toda la fase final del film, sus traumas de la infancia, cuando su abuela la encerraba en un armario a oscuras, la golpeaba y la dirigía de manera dictatorial. Algunos de los recuerdos que evoca coinciden con los que el propio Bergman recoge en sus memorias.
Aparentemente recuperada, vuelve a la casa de sus abuelos. Allá los observa (el abuelo ya no quiere levantarse de la cama) y piensa que “el amor lo envuelve todo, incluso la muerte”. Llama a su hospital, y les comunica que al día siguiente se reincorporará al trabajo.
Una vez más la muerte (intento de suicidio; accidente mortal de los padres; decrepitud terminal del abuelo) y la vida se entremezclan, como también el amor y el odio. Como en tantos otros finales, hay una referencia al amor que parece salvadora, pero que en realidad no consigue eliminar la sensación de mal cuerpo, de angustia y desesperación que nos han dejado las imágenes. Una vez más, se hace cotidiana la presencia de los espectros, habituales compañeros de los protagonistas bergmanianos, el mundo de lo real y de lo soñado se nos muestra casi sin solución de continuidad.