[Poniéndome al día. Como el comentario está redactado antes del de Alcaudón, habrá redundancias, pero lo dejo tal cual, porque se me ha acumulado el trabajo]
Juego sucio (The Skin Game, 1931)
Oigamos a Hitchcock: “no era un asunto que yo hubiera escogido y no hay nada que decir de ello”. Después de una descalificación tan rotunda por parte del director, poca cosa parece que quede por decir. Se trata de la adaptación de una obra teatral de John Galsworthy (el autor de la célebre “Saga de los Forsyte”), estrenada con éxito en 1920 y llevaba ya al cine en 1921: The Skin Game, dirigida por B.E. Doxat-Pratt (director completamente desconocido para mí), del reparto de la cual se recuperan para la versión de Hitchcock dos de los actores principales: Edmund Gween (que repetirá en más de una ocasión con el director) como Mr. Hornblower, y Helen Haye (a la que volveremos a ver en 39 escalones), como Mrs. Hillcrist.
La importancia, el peso, de la obra teatral en la película queda evidenciada ya en los mismos títulos de crédito, cuando se anuncia con el mismo tamaño de letras que el destinado al director (y adaptador) que se trata de:
A pesar de que el film se inicia con unas bucólicas imágenes de la campiña inglesa, como si de The Farmer’s Wife se tratara, pronto la acción se va a concentrar en una serie de cuadros escénicos, que apenas disimulan su origen teatral.
Aunque Hitchcock se muestra algo más imaginativo que en Juno and the Paycok, en especial en un par de secuencias, la película se estructura en planos mayormente fijos con dos o tres personajes declamando sus diálogos. Hay que celebrar, en todo caso, que los actores principales están, en general, bien, en especial Gween, Haye (encarnando un personaje que por momentos se asemeja a Lady Macbeth), C.V.France (como Mr. Hillcrist) o nuestro viejo conocido Edward Chapman, como el agente de los Hillcrist, Dawker, un tipo sin escrúpulos, taimado y manipulador, que se acerca a la figura de un Yago. No se puede decir lo mismo de los actores jóvenes, mucho menos acertados, como es el caso de Jill Hillcrist o Rolf Hornblower (la pareja de enamorados enfrentados a causa de sus familias, o sea, siguiendo con los símiles shakespearianos, unos nuevos Romeo y Julieta, pero sin llevar su amor hasta lo trágico), o la nuera de Hornblower, Chloe (una bella aunque limitada actriz, Phyllis Konstam), que aporta una fragilidad apropiada al personaje.
Ese juego sucio del título en castellano (“skin game”) se ajusta perfectamente a la acción argumental. Se enfrentan dos familias: los Hillcrist, de alta cuna, dedicados a vivir de sus rentas sin mayores ambiciones capitalistas, como se supone que han hecho durante generaciones, una especie de aristocracia un tanto apolillada; y Hornblower, empresario de los nuevos tiempos, que basa su éxito en el dinero, y que pretende construir una fábrica y llenar esos bellos campos de obreros, para lo cual disputará la compra de la finca llamada The Century a los Hillcrist. Mr. Hillcrist se horroriza de pensar en qué se va a convertir el paisaje que tiene a diario ante sus ojos:
Los Hillcrist y Hornblower se enfrentan abiertamente y se declaran dispuestos a “jugar sucio”, en especial Mrs. Hillcrist, con la colaboración de Dawker. El momento culminante será la subasta de The Century, con la puja que elevará el precio de compra a un valor astronómico (se empieza con 2.000 libras y se acaba con 9.500). En esta secuencia Hitchcock recurre a algunos planos imaginativos, como la manera que tiene de encuadrar a los asistentes a base de movimientos de la cámara en un mismo plano (previamente, ha abierto la secuencia con un travelling por la calle que nos lleva hasta el local de subastas).
Finalmente, vence Hornblower recurriendo a una triquiñuela: hacer que un agente que creen que representa a otro personaje aristocrático, el duque, puje por él, lo que lleva a Hillcrist a retirarse de la competición.
Durante la subasta ha ocurrido algo que no pasa desapercibido a los Hillcrist (de hecho, es algo preparado por Dawker y Mrs. Hillcrist): la aparición de un forastero provoca que Chloe Hornblower pierda el control y se le desencaje el rostro (Hitchcock juega con el rostro sobreimpresionado del visitante, que se acerca a Chloe entre la multitud y un primerísimo plano de la joven, uno de los más bellos planos del film).
El secreto que atemoriza a Chloe va a ser la baza que juegue Mrs. Hillcrist para derrotar a Hornblower. Chloe tiene un pasado oscuro: hija de un empresario arruinado, se prestó a servir de excusa femenina en diversos procesos de divorcio. Tanto tensarán la cuerda los Hillcrest, que incluso el marido de Chloe, Charlie Hornblower, se enterará del caso y repudiará a su mujer, que está embarazada. La desdichada, que asiste al rechazo de su esposo escondida tras unos cortinajes, se arrojará a un estanque, suicidándose (¿o no? ¿Aún vive? Según alguna sinopsis de la obra, sí). Espléndido el plano en que la sacan del agua mientras de fondo vemos la pelea en sombras entre Hornblower y Dawker.
Como cierre vemos a Jill y Rolf darse la mano, como si se anunciará la resolución del conflicto entre las dos familias, pero el último plano, un árbol derribado se supone que para poder construir las casas para los obreros, deja las cosas donde estaban. Triste y ambiguo final.
Una más de las mediocres incursiones de Hitchcock en el melodrama teatral, más madura en el uso del sonido (aunque haya varios momentos en que desaparece, en que los actores mueven los labios sin emitir palabra alguna) y algo más imaginativa que Juno and the Paycock, pero aun así insatisfactoria.