No podría estar más de acuerdo.
Muchos de los grandes momentos interpretativos de Gary Oldman, y sin lugar a dudas los mayores aciertos a nivel estético, se condensan en ese primer tercio del film: la bienvenida a Jonathan Harker ("Yo soy Drácula"), la cena ("Yo nunca bebo… vino") incluido el arrebato belicoso al mentarle los ancestros ("¡Esto no es cosa de risa!"), el corte con la navaja y posterior placer prohibido, el espejo de mano haciéndose añicos ("vanos instrumentos de la vanidad humana"), el conde descendiendo por los muros del castillo cual salamandra, la risa draconiana ante la desesperación de Harker entre las vampiresas.
Toda una demostración de cómo una caracterización, por mucho maquillaje que requiera, siempre debe servir como apoyo a una gran interpretación. Histrión, gritarán algunos. Pero es que el personaje, tal y como se concibe para esta película, así lo requería.