Pero no todo sería ingenio y brillantez en el cine norteamericano. El castillo de los misterios, ampuloso título en español de You’ll Find Out (1940), es un austero filme de la RKO escrito y realizado por David Butler, en el que se mezcla el musical y el horror gótico —es un decir— para dar forma a una comedia de dudosa gracia. Empresa para mayor gozo del showman Kay Kyser y su banda, que se nota disfrutan con sus temas musicales orquestados, con el intercalado de un buen número de chistes de guardarropía. Desde el comienzo, los personajes no hacen más que garantizarnos sobre la calidad encantada de la mansión Bellacrest, espectacular y sombrío edificio situado en un islote conectado al continente mediante un puente, que termina destrozado merced a un hipotético rayo, dejando incomunicados a todos los moradores. Se trata de la celebración de cumpleaños de la joven sobrina de la propietaria, interpretada por Helen Parrish, y la trama se esfuerza por tornarse intrigante, merced a unos personajes de innobles intenciones. Las secuencias más atractivas se suceden al descubrirse un panel secreto en la chimenea del dormitorio de dos de los protagonistas cómicos, que explorarán los sótanos de la residencia, que es lo más parecido a un museo antropológico, incrementando la estética macabra de la cinta y dándole algo de sabor; al igual que la preciosa panorámica nocturna de la casa siempre azotada por el viento, vista desde el autobús en el que viajan los invitados, con el recurso de una elaborada maqueta en la mejor tradición de la factoría Korda. Obviamente, estamos ante otro ejemplo más de horrible imposible, aunque, en este caso, se interpreta pronto y con facilidad. Mas, en el fondo, quizá tengan algo de razón los personajes cuando nos refieren lo del entorno encantado, ya que no es común encontrar bajo el mismo techo a tres monstruos sagrados como Boris Karloff, Peter Lorre —pérfidos ambos— y Bela Lugosi; este último como un vidente con turbante, compinche de los otros dos, que aporta el lado exótico de la trama, y que tiene automatizada la casa para recrear situaciones dantescas.
(Del libro Casas malditas, la arquitectura del horror)