Volviendo al cine:
55 días en Pekín (55 Days at Peking) (1963), de Nicholas Ray.
Segunda producción de Samuel Bronston dirigida por Ray. En esta ocasión, a diferencia de la anterior,
Rey de reyes, que me deparó una agradable sorpresa, el resultado me parece muy poco atractivo. Ninguno de los interesantes aspectos visuales que destaqué en el film anterior aparecen aquí: no me ha parecido ver ni rastro del efecto
split-focus diopter (a pesar de que Manuel Berenguer aparece acreditado como cámara de la segunda unidad), ni hay tampoco esos osados planos en picado del film sobre Jesús (solo destacaría el plano final en que vemos entrar a la emperatriz china en el salón del trono, aunque el picado tampoco es tan extremo como en los de
Rey de reyes), ni siquiera el color está presente con la misma fuerza expresiva ni hay un esfuerzo de dotar de un bello carácter pictórico a las composiciones de los planos. En esta ocasión firma la fotografía un veterano Jack Hildyard (responsable, por ejemplo, de
El puente sobre el río Kwai o
De repente, el último verano). Especialmente pertinente resulta la mención al film de Lean, porque hay algo de leaniano en esta película, esa mezcla de historia y romance, de épica e intimismo, pero que en realidad se queda más en el papel que en las imágenes (guion de nuevo de Philip Yordan y Bernard Gordon, pero con más participantes en la escritura). Como pasó a menudo en las películas de Ray, el rodaje fue accidentado y además no lo pudo finalizar: Ray sufrió un severo ataque al corazón que obligo a que acabaran la película el británico Guy Green y el que era director de la segunda unidad, Andrew Marton (al que todos recordaremos como codirector de
Las minas del rey Salomón).
Un problema de la larga, larguísima historia que se nos narra, es que carece de interés más allá de la posible espectacularidad de las imágenes. Contar el conflicto de los bóxers en China en el año 1900 es casi como hablar de la historia de los marcianos. Ni las intrigas de la corte de la emperatriz Tzu-Hsi (una espléndida Flora Robson, quizá lo mejor de la película),
entre el general Jung-Lu (Leo Genn) y el príncipe Tuan (el sibilino Robert Helpmann),
nos interesan ni están suficientemente bien explicadas, ni comprendemos qué demonios es eso de los “bóxers” (¿grupo político, movimiento religioso, milicia paramilitar, radicales nacionalistas? ¿Un poco de todo?),
ni entendemos el porqué de la presencia de una docena de países occidentales en Pekín (bueno, sí, la codicia imperialista, pero ¿por qué tantos países?), la mayoría con sus ejércitos correspondientes, descritos además con toda la carga de tópicos habituales: el contraste entre la legación norteamericana, con un contingente militar dirigido por el mayor Lewis (un Charlton Heston entre aguerrido y chulesco), y la británica bajo las flemáticas órdenes de Sir Arthur (David Niven, con su elegancia proverbial), es de manual.
El resto, rusos, japoneses, italianos, alemanes, franceses (incluso españoles), dan la nota de color, banderas, fanfarrias y desfiladas incluidas.
El conflicto va a provocar que todas las legaciones occidentales queden encerradas en Pekín durante los 55 días del título, al no aceptar el ultimátum de dejar la ciudad en 24 horas. Es Sir Arthur quien, muy británicamente, los convence de permanecer (uno de los diplomáticos comentará que seguramente Dios debe ser inglés). A partir de ese momento serán sometidos a un cruento ataque primero de los bóxers y luego también en combinación con el ejército imperial. Hay notables agujeros en el guion, situaciones no explicadas o elipsis excesivas, que impiden comprender con detalle qué está pasando. Tampoco la relación sentimental entre el mayor Lewis y la baronesa Ivanoff (una Ava Gardner bastante ajustada a su papel, aunque al parecer su participación fue peor que un dolor de muelas para todo el equipo de rodaje, hasta el punto que se comenta que el personaje muere para poder librarse de la actriz) tiene mayor interés, inconstante en la narración, con largos períodos en que no juega ningún papel, y con una resolución un tanto fría.
Destaca la presencia de algunos secundarios, en especial el doctor (Paul Lukas), el sacerdote (Harry Andrews) o el sargento norteamericano (John Ireland).
Desde un punto de vista visual, parece todo supeditarse al formato de pantalla, que condiciona los planos en exceso: todo son largas trincheras, murallas, desfiladas militares, etc., sin saber trascender los límites de la dimensión del plano.
Poco me parece destacable en los 148 minutos (versión DVD) de la película. Hay algunos momentos de cierta tensión (la voladura del arsenal del ejército chino) o espectacularidad (el ataque de la torre de asalto) y algún plano de cierta belleza, pero el final, después de los 55 días de asedio, me parece simplemente bochornoso: la llegada sincronizada de todos los ejércitos extranjeros, al son de sus bandas militares, en una desfilada doblemente humillante para los chinos, que se supone que en última instancia luchaban para mantener el control de su país. Una auténtica apología del colonialismo y del intervencionismo occidental. Mientras tanto, vemos a la emperatriz sola, parece que abandonada por su corte, declarando que su dinastía ha llegado a su fin. Como colofón, Lewis se llevará a lomos del caballo una niña mestiza, hija de un oficial americano muerto en combate y de una mujer china que falleció con anterioridad. Ese toque “emotivo” del bondadoso, además de eficaz, militar norteamericano resulta particularmente artificioso.
Y con este film prácticamente acaba la carrera comercial de Nicholas Ray. Con poco más de 50 años, Ray podría haber dirigido aún muchas películas, pero lo cierto es que solo lo encontramos detrás de un film de terror abortado,
The Doctor and the Devils (sobre los famosos ladrones de tumbas de Edimburgo, Burke y Hare); de otro experimental,
We Can’t Go Home Again, rodado con sus alumnos; un corto erótico para un film colectivo, “The Janitor”, dentro de
Wet Dreams; y finalmente una película testamentaria, dirigida junto a Wim Wenders, que es el testimonio fílmico de su muerte, antes de llegar a los setenta años,
Lightning Over Water, con el que cerraremos el ciclo (¿te atreves, Alcaudón, aunque no apetezca?).