Un vaso de whisky, de Julio Coll, es otro de esos films encuadrables dentro de lo que podemos llamar cine negro barcelonés, que tuvo su momento dorado a finales de los 50. No obstante, a diferencia de otros títulos que hemos comentado en este hilo, este se trata más bien de un melodrama moralizante sobre las aventuras y desventuras de un crápula (Arturo Fernández, excelente) que se dedica a vivir de las turistas extranjeras, ávidas de sexo y diversión desenfrenada. Al parecer, según se dijo en la presentación de la 2, originalmente el personaje de Fernández, Víctor, tenía que ser un gigoló, pero se suavizó su perfil por mor de la censura (aunque sí queda claro que es un hombre joven, sin oficio conocido, que vive de sacar dinero a las mujeres). La película tiene un mensaje más que obvio, simbolizado por unas fichas de dominó que aparecen al principio y al final, y también verbalizado por el policía que le sigue la pista al protagonista (Jorge Rigaud): todo acto tiene sus consecuencias, y los de Víctor, moralmente reprobables según sentencia el film, no serán una excepción.
Por un tiempo, parece que Víctor va a dar un cambio a su vida cuando conoce a María (una bella Rossana Podestà), propietaria de un hotelito en la Costa Brava.
Pero Víctor es incapaz de llevar una vida honesta y decente y, finalmente, recibirá su castigo que le llega en forma de venganza por parte de un boxeador (Carlos Mendy), personaje que parece no tener más objeto en el film que ser el elemento punitivo de Víctor. Correcta realización, notable trabajo fotográfico, aunque en este caso la presencia de las calles barcelonesas es mera anécdota, convincentes interpretaciones (hay que añadir a Carlos Larrañaga como compañero de correrías de Víctor), eso sí, todos los actores principales, incluidos los españoles, están doblados (¡Arturo Fernández doblado!), algo que sorprende por lo frecuente en esa época. Añado que la banda sonora lleva la firma de Xavier Montsalvatge, un reputado compositor catalán, y que hay una escena en las ruinas del poblado griego de Empúries que me recordó algo, en su simbolismo, a las de Pompeya en
Viaje a Italia, de Rossellini.