Doblete dedicado al genial pintor neerlandés:
Loving Vincent (2017), de Dorota Kobiela y Hugh Welchman
La película de la polaca Kobiela y el británico Welchman es un prodigio de animación, a base de miles de pinturas al óleo (aunque una buena parte de los fotogramas, los dedicados a los
flash backs, están realizados en blanco y negro)
que dan movimiento a las imágenes en un estilo visual que quiere ser similar al de los cuadros del pintor holandés (algunos de los cuales se reproducen directamente). Para ello se utilizó la técnica llamada “rotoscope”, que capta en primer lugar los movimientos de actores reales (en la nómina de actores, encontramos entre otros a Saoirse Ronan, Eleanor Tomlinson, Jerome Flynn o Douglas Booth), para poder transformar después cada fotograma en una pintura.
La trama intenta iluminar los últimos meses de la vida de Vincent, por medio de la investigación que lleva a cabo Armand Roulin, hijo del cartero Roulin (a los que, tanto uno como otro, pintó Van Gogh).
Durante esa encuesta, que tiene como objetivo entregar una carta del pintor, que no se pudo hacer llegar a su hermano Theo (ya muerto también), Armand va a ir desentrañando la verdad de su muerte: no un suicidio, como siempre se había creído, sino una muerte accidental, un homicidio involuntario, provocado por dos alocados jóvenes que le molestaban encañonándolo con una pistola.
Interesante trama y magnífica realización visual, pero el artificio de convertir los fotogramas en cuadros priva al film, en mi opinión, de la necesaria sensación de realidad imprescindible para que sigas los acontecimientos con atención. Demasiado a menudo uno se queda embobado viendo esas “pinturas en movimiento”, en detrimento de la narración. Con todo, un experimento digno de ver y de gozar. Como curiosidad, en la banda sonora suena una versión del clásico de Don McLean “Vincent”, en versión de Lianne La Havas.
Van Gogh, a las puertas de la eternidad (
At Eternity’s Gate, 2018), de Julian Schnabel
Schnabel acude, como en el caso anterior, a contarnos la última fase de la vida del pintor (Willem Dafoe), pero con la imagen de actores de carne y hueso: primero en Arlés (o Arle, en provenzal), compartiendo vivienda y trabajo con Paul Gauguin (Oscar Isaac), donde tendrá lugar el célebre episodio de la automutilación de la oreja; su estancia en un sanatorio psiquiátrico, y sus últimos días en Auvers-sur-Oise, bajo la vigilancia del Dr. Gachet (Mathieu Amalric). Es en esa población cercana a París, como nos contaba también
Loving Vincent, donde Van Gogh morirá de un disparo en el pecho. Schnabel y sus guionistas (Louise Kugelberg y el recientemente fallecido Jean-Claude Carrière) optan por la misma explicación: la del homicidio involuntario, al parecer puesta en circulación ya en este siglo por medio de la biografía de Steven Naifeh y Gregory White Smith, “Van Gogh: The Life” (2011).
La película descansa en la espléndida interpretación de Dafoe (que parece un Van Gogh perfecto, sin la crispación que acompañaba a Kirk Douglas en
Lust for Life) y el resto del reparto (además de los citados, aparecen Rupert Friend, como Theo; Emmanuelle Seigner, como Madame Ginoux; o Mads Mikkelsen, en una excelente composición como sacerdote que interroga a Vincent) y en las imágenes que plasma Schnabel (él mismo pintor) con un bello uso del color, aunque hay algunas opciones estéticas (la excesiva movilidad de la cámara o ciertos efectos que pretenden reflejar la visión subjetiva de Vincent mediante imágenes más borrosas) que no me convencen. Con todo, la trama se desarrolla con notable buen ritmo y se sigue con interés.
A destacar que tanto un film como el otro están rodados en inglés, salvo algunas frases en francés en el de Schnabel. O sea, la voluntad evocadora se queda en las imágenes, no en la lengua (como, de hecho, ya pasaba en el film de Minnelli, sesenta años antes).