Halma (1895), de Benito Pérez Galdós
Tal como avancé, comento brevemente esta novela de Galdós, que inspiró a Buñuel el personaje de Viridiana. De hecho, la conexión con el de Calanda es doble, porque esta “Halma” se puede considerar además una secuela de “Nazarín”. Si en la novela de Galdós, el cura manchego acababa inmerso en una especie de alucinación mística que hacía sospechar de su salud mental, en “Halma” lo encontramos, de entrada, recluido en un hospital a la espera de que se dictamine si ha de ingresar en una prisión (como Andara o el ladrón “bueno”) o en un psiquiátrico, en un época en que el personaje se ha hecho muy popular en Madrid y del que ya se ha publicado un libro (lo que parece una referencia interna de Galdós a su propia novela).
Pero el personaje principal es Catalina, condesa de Halma (título obtenido por matrimonio con un aristócrata alemán), también ella aristócrata de familia castellana, pero un tanto venida a menos, sobre todo a partir de la muerte de su esposo. Hermana del marqués de Feramor, parlamentario de formación británica, decidirá invertir, contra la opinión fraterna, la parte que le corresponde de la herencia familiar en acondicionar un caserón familiar, el castillo de Pedralba, para destinarlo a refugio de pobres y enfermos. Con ello pretende satisfacer sus deseos de santidad. En la tarea va a contar con la colaboración de Beatriz, acólita de Nazarín, y de un primo descarriado, José Antonio de Urrea, que intenta dejar atrás su vida pecaminosa con la guía de Catalina (nada que ver con la relación de Viridiana con el primo Jorge que encarnaba Paco Rabal).
Hasta aquí el vínculo entre novela y película, porque en Galdós ni hay un don Jaime blasfemo y necrófilo, ni Catalina es novicia (aunque aspira a la santidad), ni llega a acoger en su “castillo” al grupo de mendigos y pícaros que poblaban el film de Buñuel.
El conflicto que se plantea es si Catalina ha de permitir que un calavera como José Antonio, aunque arrepentido, viva en la casa, cosa que genera todo tipo de habladurías y críticas en los ambientes aristocráticos de Madrid. El problema lo resuelve Nazarín, también alojado en el caserón, por intercesión de la condesa, para que recobre la cordura. Y lo hace quitándole la venda de los ojos a Catalina, haciéndole ver que en realidad lo que ha de hacer es casarse con su primo, del que en el fondo está enamorada, como él de ella, y trabajar para que la finca prospere, antes que encerrarse en una especie de clausura sacrificial. O sea, en cierto modo, que juegue al tute con su primito, y se deje de monsergas (y quizá también con Beatriz, con lo que también tendríamos triángulo a la vista).
Pero que nadie se escandalice. El tono de la obra de Galdós está muy lejos de la película de Buñuel. Se trata de un texto un tanto empalagoso, en que los personajes sueltan enormes parrafadas cada vez que abren la boca, todo bañado en un lenguaje un tanto cursi, que a mí personalmente me ha hecho la lectura pesada, plomiza. Aunque la resolución argumental introduce una cierta crítica a la caridad mal entendida y apuesta más por el progreso social gracias al trabajo, no deja de estar todo envuelto en un tono cristianizante un tanto cargante, fruto de la presencia y los consejos de Nazarín.
En definitiva, lectura solo recomendable a los completistas del universo buñueliano. Para el resto de la humanidad, mucho mejor volver a ver la película.