Sin ánimo de ofrecer un producto de la “pesca salada” escandinava, sigo con mis comentarios a la obra de Bergman.
En este caso, El rito, un film breve (72 minutos, en la edición de Filmax), con guion de Bergman y fotografía de Nykvist, estructurado en 9 secuencias, precedidas todas ellas por un rótulo que sitúa la acción. Así, las secuencias impares (1,3, 5, 7 y 9) se desarrollan en una sala de entrevistas de las dependencias judiciales, donde un juez, Abramsson (Erik Hell), lleva a cabo la instrucción de una denuncia por escándalo presentada contra un grupo teatral compuesto por una actriz, Thea (Ingrid Thulin), y dos actores, Hans, su marido (Gunnar Björnstrand), y Sebastian, su amante (Anders Ek).
Intercaladas, las restantes cuatro secuencias se desarrollan: (2) en una habitación de hotel, donde Sebastian y Thea hablan, discuten y se dedican a sus juegos eróticos;
(4) un confesionario, a donde acude el juez, para contarle al confesor (interpretado brevemente por el propio Bergman) que va a morir y que tiene miedo;
(6) el camerino de Thea, que mientras se quita su maquillaje bebe continuamente y expresa sus temores a Hans respecto al juez;
(8) un bar, donde Hans y Sebastian hablan de cuestiones relacionadas con su espectáculo y con Thea.
La película nunca nos va a dar suficientes datos sobre dónde transcurre la acción o sobre cuál es el tipo de espectáculo que ha sido denunciado, salvo la representación incluida en la secuencia final. Tampoco vamos a saber gran cosa sobre el personaje del juez, atormentado, desesperado, que parece más perdido que los denunciados. Los cuatro personajes, en grupo o en parejas, van a someterse unos a otros a diversas humillaciones que incluso llegarán a la violencia física (Abramsson intentará la violación de Thea en la secuencia en que la interroga, un momento particularmente desagradable y difícil de encajar en el desarrollo lógico de la narración). Antes Sebastian ha incendiado su cama, voluntariamente, en un gesto enigmático. Al final, en la última secuencia, los tres actores van a representar delante del juez el número denunciado, vestidos con los trajes y las máscaras que lucen en su espectáculo. La representación lleva a un desenlace trágico.
De entrada, hay que apuntar que se trata de un film para la televisión, lo cual se nota tanto en la duración, como en los decorados (casi inexistentes, de una sobriedad extrema, como si fueran sólo un telón de fondo), como en la forma de filmar, a base mayoritariamente de primeros planos y planos medios, sin acudir casi a los planos generales. No hay salidas al exterior, todo sucede en interiores que, como digo, no disimulan su condición de decorados. En conjunto responde a eso que se ha venido a llamar “films de cámara”. Lo que sorprende es que, siendo un film destinado a la televisión, se trate de una obra tremendamente áspera, cruel, violenta, obscena (especialmente, para los estándars de la época), sin asideros, con cuatro personajes perdidos en una especie de negrura sin rayo alguno de esperanza. Una película sumamente incómoda, sin concesiones.
El finalse cierra con un rótulo que advierte que los actores fueron multados por su número “El rito”, y que luego se fueron de la ciudad para no volver más. Y en ese desvanecerse de lo narrado nos quedamos los espectadores, colgados sobre el abismo.Spoiler: