Siguiendo con su producción televisiva, Bergman rodó en 1986 un guion de Ulla Isaksson, la autora de los guiones de El manantial de la doncella y En el umbral de la vida: Los elegidos (título de la emisión de la 2, que es la añeja grabación que he visionado a falta de edición en DVD o BD; o Los dos bienaventurados, que sería la traducción literal del título original en sueco; o Los escogidos, que es como aparece en imdb). En esta ocasión las imágenes no engañan en cuanto a su origen televisivo, con un montaje y una planificación más funcionales de lo habitual, además de no contar ya con Nykvist tras la cámara. No obstante, a lo largo de sus 81 minutos, asistimos a una de las películas más extrañas y angustiantes de Bergman.
Una mujer madura, Viveka (Harriet Andersson, tan envejecida como en Fanny y Alexander), encuentra un hombre en una iglesia (Sune, Per Myrberg, actor debutante en la cinematografía de Bergman), al que no sabemos si conocía antes. Se interrogan mutuamente sobre su fe en Dios y acaban desplazándose hasta la casa de ella. Aunque él procede de una familia de pastores luteranos, ahora es profesor en una escuela de artes oficios, especializado en el trabajo de la madera. Ella, profesora de arte, vive obsesionada por un pequeño defecto ocular (dice: “una mancha negra”) y con el dibujo de un ojo divino bordado en la funda de una almohada.
7 años más tarde, durante el aniversario de Viveka (cumple 50 años), que ella no quiere celebrar, apreciamos que los conflictos se han acumulado (sólo he encontrado unas pocas fotos y además en blanco y negro).
Viveka rechaza los regalos (unas flores que le trae su hermana; un saco de dormir que le compra Sune, ahora su marido). Discuten y ella le pide que se divorcien. La vida de la pareja parece cada vez más un infierno, en que las rarezas y obsesiones quiebran al marido, como tantas veces en Bergma un hombre pasivo y gris en contraste con la vitalidad de su mujer. Tiene una violenta discusión con su hermana, a la que dice odiar, que llega a las manos.
Viveka progresivamente enloquece, cada vez más obsesionada con su ojo y con sus paranoias. Cree que cae arsénico del techo, y protege la mesa con un paraguas, o tapa los platos o las ollas; llega a dejar de dormir en la cama y pasa a hacerlo en una especie de armario; tapa las ventanas con trapos negros y se refugia todo el tiempo detrás de unas gafas oscuras. Sune se deja arrastrar cada vez más por el extraño comportamiento de su mujer (se pondrá también él gafas oscuras), además de tener que soportar las absurdas muestras de celos de Viveka.
Un día, Viveka llama a la policía denunciando que su marido quiere matarla con un cuchillo, cosa completamente falsa. La ingresarán en un sanatorio, y a partir de entonces no querrá ver a su marido. Sune, como forma de ser aceptado de nuevo por su mujer, se mutila un ojo (en una secuencia escalofriante). Así Viveka ya puede aceptarlo. Sune consigue sacarla a escondidas del sanatorio y, de vuelta a casa, en un gesto final que los unirá para siempre, se suicidan con gas. Su amor enfermizo sólo consigue afirmarse por medio de la muerte.
Es fácil comprender que Bergman se sintiera interesado en rodar este guion de Ulla Isaksson. Hay muchos elementos bergmanianos en él: mezcla de realidad y ficción, de vigilia y sueño atormentado; la obsesión en un dios monstruoso (como ese dios-araña de Como un espejo), la falta de fe y la locura; el matrimonio como un combate constante, sin descanso; la muerte como alternativa siempre presente.