Es muy tarde, así que ya me leeré otro día vuestras últimas impresiones. Vista
La sangre del vampiro, curioso pastiche
hammeriano basado en guión de una de las cabezas detrás precisamente del estudio que goteaba sangre, Jimmy Sangster. En una fecha tan temprana como 1958, las películas de la H gótica, que de momento eran poquitas, lo estaban petando pese a ser barateras: tenían, sin embargo, detrás, a buenos profesionales y a un uso inteligente de unos símbolos reconocibles e inequívocos. Y pronto hubo otros estudios que quisieron imitar la fórmula, con mejor o peor fortuna.
Esta empieza de manera muy atmosférica, en tierras transilvanas -nos informa un rótulo-, con un entierro -o mejor, desentierro- de un tipo del que sospechamos que es un vampiro, tenemos al clásico asistente mudo y jorobado, al médico que se va a bailar con las zíngaras y al que a poco quitarán de en medio de manera muy expeditiva. También a un joven y brillante médico, el doctor Pierre, que nos recuerda un poco a cierto Barón, que es juzgado y condenado a prisión de por vida en una especie de brutal cárcel para locos, por mala praxis y asesinato. Pero, sorpresa, lo que parecía una clásica historieta de vampiros, poco a poco comienza a transformarse en una de científicos locos en plan Frankenstein con toques de drama carcelario a lo Conde de Montecristo. Nuestro protagonista, que traba amistad en la prisión con otro recluso que en realidad no fue condenado por un delito (el alcalde de su pueblo se encaprichó de su esposa), es inocente, y el médico de la prisión, un estrambótico personaje llamado Calistratus (¿un guiño a Caligari..?) al saber que es médico, lo utilizará como ayudante para los extraños y bastante cuestionables experimentos (que recuerdan de manera alarmante a algunos llevados a cabo por nazis y soviéticos) que lleva a cabo allí, y que en realidad tienen un fin concreto, que gira en torno a una misteriosa enfermedad de la sangre. Sin embargo, Madeleine, la bella novia de Pierre, sabe que la sentencia es injusta y hará cuanto pueda por sacar a su prometido de la prisión: desde tratar que se impugne el juicio a ir ella misma hasta allá.
El malo, el tal Calistratus es una especie de vampiro; el mismo que vimos empalar al principio de la película; y ahora trabaja como médico en una prisión con la esperanza de hallar una cura para su vampirismo a base de hacerse transfusiones de sangre de los presos o de toda aldeana guapa que se le ponga a tiro; sin embargo, la megalomanía y la locura parecen haberse ido apoderando poco a poco de él: con la ayuda de un amiguete inspector de prisiones, al que quitará de en medio cuando se ponga pesado, jorobado mediante, falsificó una carta que fue la que llevó a la cárcel a Pierre, pues de ese modo podría tenerlo trabajando para él.
El problema es que la película comienza bien, pero poco a poco se convierte en un sindiós. Además es pobretona (el maquillaje del jorobado da vergüenza ajena), los actores -quitando a la bella y
hammeriana Bárbara Shelley- son malos (el prota parece un cruce de Pablo Motos y el Alfredo Krauss de Werther; el malo me recuerda al abuelo de la Familia Monster), y las situaciones absurdas mezcladas con tópicos malos de cine de terror acaban por suceder a la intriga y al suspense. Con todo, se deja ver. Una se pregunta qué hubiera pasado si el papel del prota se lo hubieran dado a un Peter Cushing y como antagonista hubieran puesto a algún actor que no resultara tan ridículo a fuerza de exagerado (Donald Wolfit, el actor que lo interpreta, pasaba por ser uno de los grandes actores shakespirianos de su época, pero también tenía mala reputación, y aquí desde luego está fatal).