Estos días de confinamiento seguramente harán extraños compañeros cinematográficos de sofá y pantalla. Valga este ejemplo:
Los hijos de los malditos (
Children of the Damned, 1964), de Anton M. Leader
Secuela de la más famosa (y mejor)
El pueblo de los malditos, de Wolf Rilla (de la cual John Carpenter hizo
un remake décadas después). Leader, director televisivo norteamericano, acreditado en diversos capítulos de lo más granado de las series de los 50 a los 70, parte, con guion de John (o Jack, como aparece en el cartel) Briley, de la misma novela de John Wyndham en que se basa la anterior, “The Midwich Cuckoos” (recordemos que Wyndham es autor de la famosa “El día de los trífidos” a la que dediqué hace un tiempo un comentario en el hilo
De la literatura al cine). A pesar del origen estadounidense del director, el film es británico, una producción Bachman Productions para la MGM British Studios (que también estaba detrás del film de Rilla), y se nota. En cambio, sorprendentemente, no se nota el origen televisivo de Leader, ya que la película tiene un atractivo aspecto visual (con una excelente fotografía en blanco y negro de Davis Boulton), y un trabajo notable de composición de los planos y de montaje. Donde flojea el film es en la trama, demasiado reiterativa, y en el dibujo de personajes, todos ellos en general poco atractivos (sin contar los inexpresivos niños malditos).
En esta ocasión los niños, más multiculturales que en la de Rilla, tienen procedencias, culturas y lenguas distintas: un inglés, un norteamericano, un nigeriano, un indio, una rusa y una china (no sé si el hecho de que las dos chicas pertenezcan a países comunistas encierra algún mensaje especial).
Dos académicos, un psicólogo (Ian Hendry, el mejor del reparto) y un genetista (un afectado Alan Badel), detectan un niño con una inteligencia asombrosa, dentro de un programa de la UNESCO. Otros cinco infantes de todo el mundo presentan la misma anomalía. Reunidos en Londres, los niños empiezan a actuar conjuntamente, lo cual desencadena un final trágico debido a los intereses de los estados respectivos. Aunque toda la parte final es, argumentalmente, confusa, con un aparente mensaje pacifista bastante mal explicado, un tanto banal, la película no deja de tener cierto interés, especialmente cuando los niños se refugian en una iglesia en ruinas y se defienden “sin miramientos” de la policía (utilizando el poder de sus ojos), provocando varios muertos entre las llamadas “fuerzas del orden”. Una acción accidental conllevará un final catastrófico. Si nos quedamos con el supuesto “mensaje”, el film nos deja un sabor bastante amargo.
Ártico (
Arctic, 2018), de Joe Penna
Film de supervivencia: un hombre, Overgard (espléndido Mads Mikkelsen, uno de los mejores actores de la actualidad), ha sufrido un accidente con una avioneta, quedando aislado en un paisaje desierto, helado (la película está rodada en Islandia, que está indudablemente de moda, cinematográficamente hablando). Un helicóptero que se aproxima para rescatarlo sufre también un accidente, de resultas del cual muere el piloto y la copiloto queda gravemente herida. A partir de ese momento, como corresponde al subgénero, Overgard intentará trasportar a la herida a un lugar seguro, teniendo que hacer frente a las inclemencias del tiempo, a lo accidentado de la orografía y al ataque de un oso polar. Se trata de una
one man movie, con protagonismo total y absoluto de Mikkelsen, que con pocas líneas de diálogo ha de defender en solitario el film. Aunque los paisajes son espectaculares, la película resulta previsible. Reconozco que, a pesar de que el film tiene una duración “normal”, sobre la hora y media (no cae en el defecto actual de metrajes inacabables), se me ha hecho larga y me he visto consultando el reloj más de una vez. Me quedo antes con un film también de supervivencia en la nieve, pero con mucho más sentido de la aventura:
Infierno blanco, de Joe Carnahan.
Garbancito de la Mancha (1945), de Arturo Moreno y José M. Blay
La película se presenta como el primer largometraje de dibujos animados hecho en España y el primero en color de Europa. Se trata de una adaptación del cuento del mismo título escrito por Julián Pemartín (falangista conspicuo). Garbancito es un mozuelo manchego que se ve abocado a enfrentarse con el terrible gigante Caramanca y la bruja que le sirve. Para ello, cuenta con un poder otorgado por una hada (con un aspecto similar a la Hada Azul del
Pinocho disneyano) que le permite reducir su tamaño al de un garbanzo, además de poner a su disposición una espada capaz de cortar los árboles de un tajo.
El dibujo, claramente deudor de Disney (con referencias claras no solo a
Pinocho sino también a
Blancanieves y los siete enanitos,
Dumbo y las
Silly Symphonies), aunque mucho menos sofisticado, más primitivo, nos puede parecer hoy en día demasiado estático, aunque no hay duda de que tiene un encanto especial. La historia, un cuento de ogros, brujas y hadas, se ve lastrada por el lenguaje de Garbancito, redicho, pomposo y altisonante, muy en la línea del lenguaje oficial de la época, toda una invitación a buscar entre líneas significados metafóricos respecto al reciente conflicto bélico. Con todo, no se disimulan los horrores de la destrucción que ocasiona Caramanca ni la violencia de las situaciones. En todo caso, una curiosidad a la que vale la pena darle un vistazo.