Mikio Naruse (1905-1969)
La tiranía de los lugares comunes hace que, para la mayoría de cinéfilos, el cine clásico japonés se circunscriba a la famosa tríada compuesta por Kenji Mizoguchi (1898-1956), Yasujiro Ozu (1903-1963) y, sin duda el más conocido en Occidente, Akira Kurosawa (1910-1998). A su lado, no obstante, hay un numeroso grupo de directores muy interesantes, el acceso a cuya obra, desgraciadamente, suele ser bastante complicado.
Entre estos, uno de los más destacados es, probablemente, Mikio Naruse. Con más de 90 referencias en imdb, la mayoría largometrajes además de un puñado de cortos, Naruse empezó su larga carrera en el cine mudo en 1930 cerrando su filmografía en 1967 (dos años antes de su muerte) con
Nubes dispersas, en color y cinemascope.
Prueba de la dificultad de acceder a la obra de estos directores es que, que yo sepa, de Naruse solo han aparecido en nuestro mercado cinco películas editadas en DVD por Filmax, en la colección que dedicó hace ya muchos años a los maestros del cine japonés. Por orden cronológico (las cito por el título de la edición en DVD):
Madre (1952),
La voz de la montaña (1954),
Nubes flotantes (1955),
Cuando una mujer sube la escalera (1960) y la ya citada
Nubes dispersas (1967).
A parte de estas cinco, confieso que sólo he visto otra, en la Filmoteca hace un montón de años:
El almuerzo (o
El banquete), de 1951 (con la ozuniana Setsuko Hara), con lo que (6 de unas 90) ya se puede uno hacer a la idea del conocimiento tan limitado que uno puede obtener del cine de Naruse por estos lares. Si de Kurosawa disponemos de toda su filmografía, y de Mizoguchi y Ozu de un buen número de títulos, de esos otros directores que han quedado en la sombra para los cinéfilos occidentales sólo podemos acceder a una pequeña cata, con la esperanza en todo caso que sea realmente representativa. Así, comentaré en los próximos días, brevemente (porque nos espera una revisión más ambiciosa dedicada a David Lean, además de tener todavía pendiente de finalizar la de Buñuel) esos cinco títulos citados, desgraciadamente editados con una calidad de imagen bastante lamentable, y también otro, que no he visto nunca, y que está disponible en Filmin:
Tormento (1964).
Ciclo Naruse (1) –
Madre (
Okâsan, 1952)
Con decenas de películas ya estrenadas, de las que no tengo noticia, me resulta imposible valorar la posición de
Madre dentro del conjunto de su obra. En todo caso, estamos ante un sensible drama familiar, sentimental pero sin forzar la mano, sin subir el tono, sin caer en el melodramatismo facilón (aunque mejor tener un pañuelo a mano). Viéndola, es inevitable pensar en más de una ocasión en Ozu, sobre todo por la temática, más que por las soluciones estilísticas.
Obviamente, como pasa en buena parte del cine japonés de posguerra al que he tenido acceso, el peso de la muerte y los efectos de la II Guerra Mundial se hacen sentir aunque no se pongan en primer plano. Así, por ejemplo, la familia Fukuhara, sobre la que posa la mirada el film, acoge a un niño, Tetsuo, hijo de la hermana de la madre del título, Masako (magnífica Kinuyo Tanaka). La hermana, viuda a causa de la guerra, se dice que ha vuelto de Manchuria (zona anexionada por Japón en 1931).
Los Fukuhara, que viven en un barrio muy modesto, intentan salir a flote en las duras condiciones económicas de la posguerra. Primero se dedican a la venta ambulante: la hija mayor, Toshiko (Kyöko Kagawa), vende pasteles calientes en invierno y helados en verano; la madre también vende comida en un puesto callejero; mientras que el padre intenta volver a montar su antiguo negocio: una tintorería que instala en el propio domicilio. Además, hay otro hermano enfermo (el mayor murió en la guerra) y una hermana pequeña.
Los problemas que va a vivir la familia pasan por la muerte (del hermano y del padre) y las dificultades para sobrevivir con los pocos ingresos que obtienen. Además, como era habitual en el cine de Ozu, Masako se encuentra ante el dilema de casarse de nuevo con un amigo de su marido que les ha ayudado a tirar adelante el negocio, Kimura (Daisuke Katô, habitual de Kurosawa, uno de los siete samuráis), aunque este se irá al final del film para montar un negocio propio en otra ciudad.
También Toshiko piensa en el matrimonio, en su caso con un joven panadero, Shinjiro (Eiji Okada), con el que mantiene una tierna y tímida relación amorosa.
Naruse se permite un cierto toque de humor al final del film, cuando la tía de Toshiko la viste y peina como si fuera una novia, para practicar de cara a un concurso de peluquería, lo que genera el previsible equívoco.
Ese momento casi de comedia se complementa con un par momentos luminosos (a los que habría que añadir un brevísimo flashback en el que nos muestra al matrimonio años atrás, antes de la guerra): una excursión campestre en el que la pareja se lleva de paseo a los niños y un día de diversión en unas atracciones a donde también les acompaña la madre. Ese día será en cierto modo la despedida de la hija pequeña, Chako, que acepta sacrificarse e irse a vivir con sus tíos para permitir un desahogo económico a la madre.
En resumen, como le pasaba en más de una ocasión a Chishu Ryu en los films de Ozu, ante la madre se cierne un futuro de soledad, sin sus hijas, sin ese posible marido, solo con un muchacho que entra a trabajar de aprendiz, al que vemos, en el plano final, escribiendo una carta dirigida a su madre.
Acabo con un par de apuntes curiosos: uno es la presencia, casi como leitmotiv, de la canción italiana “O Sole Mio”, que incluso Shinjiro llega a cantar durante un festival popular. El otro es una secuencia en que van al cine. Naruse nos muestra el rótulo de fin del largometraje, se encienden las luces y las mujeres comentan que les ha hecho llorar. Parece como si el director, con ello, quisiera reflejar en la pantalla un avance del efecto esperable de su película.