Casanova (Il Casanova di Federico Fellini, 1976)



Después de la exitosa Amarcord, Fellini se embarcó en un proyecto que, hasta cierto punto, tenía algo de encargo: recurrir a la figura del seductor Giacomo Casanova parecía una buena inversión que podía atraer al público a las salas. Como en muchas de sus películas, el proceso de conseguir la financiación fue toda una epopeya. El primero en la lista fue Dino de Laurentiis, que pretendía realizar un film de carácter internacional, con una gran estrella: ¡Robert Redford! Fellini, que había recurrido de nuevo a Bernardino Zapponi para el guion, tuvo siempre en mente a Marcello Mastroianni, pero el film requería un presupuesto muy elevado, y en consecuencia necesitaba una estrella que permitiera recuperar lo invertido. Fracasada la opción De Laurentiis, fue Rizzoli el siguiente productor implicado, pero nuevamente sin éxito. Finalmente, la película se rodó con la productora de Alberto Grimaldi, la P.E.A., con un acuerdo de distribución con la Universal. Como protagonista, Fellini cedió y se dio el papel al canadiense Donald Sutherland, al que Fellini había conocido durante el rodaje de Novecento de Bertolucci.

Pero la elección del actor siguió sin ser del todo de su gusto, lo que comportó un rodaje lleno de problemas, que Sutherland soportó estoicamente, en buena parte gracias a su admiración por el director italiano. La aparente excentricidad de la elección de Sutherland, tan alejado de la imagen del latin lover a lo Mastroianni, encajaba no obstante con el dibujo del personaje que quería llevar Fellini a la pantalla: “Donald Sutherland no era el estereotipo de Casanova. Eso me gustaba. Yo era consciente de que no quería a un latino de temperamento fogoso, un latin-lover. […] Casanova es una marioneta. […] Está tan absorto en su sexo que, realmente, es un hombre mecánico, igual que el pájaro mecánico que lleva a todas partes. Como veo a Casanova, con los rasgos de una marioneta, es natural que se enamore de una muñeca mecánica, su mujer ideal”.

Casanova, cuyo título completo es, significativamente, Il Casanova di Federico Fellini, recupera algo del Satyricon (curiosamente, también una producción de Alberto Grimaldi): la adaptación de una obra literaria clásica (aquí, las voluminosas memorias del veneciano, que se habían editado hacía pocos años en una versión completa); el traslado a una época lejana en el tiempo (la segunda mitad del XVIII); la narración a base de episodios en diferentes localizaciones geográficas, con grandes elipsis temporales; el rodaje íntegro en Cinecittà, recreando fantasiosamente los diferentes ambientes, sin ningún afán de disimular el artificio escenográfico, etc.

Lo que en Satyricon eran las aventuras de Encolpio y Ascilto, aquí lo son las de Giacomo Casanova, convertido en una marioneta, que parece solo destacar por su capacidad amatoria, su poderío sexual, incapaz de que nadie se lo tome en serio por ninguna otra de sus múltiples habilidades, como poeta, filósofo, alquimista o diplomático, relegado al papel de semental (stallone) libertino.

Casanova es una obra, como Satyricon, descomunal, excesiva, imposible de abarcar en un solo visionado ni quizá en varios. El trabajo de Rotunno en la fotografía o Donati en el diseño artístico y el vestuario (con la colaboración directísima del propio Fellini) es fastuoso. Nuevamente estamos ante un film difícil de resumir, en donde resulta más fácil elegir unas escenas por encima de otras en función de los gustos personales, pero, con todo, hay una unidad y coherencia en el resultado final, progresivamente más y más sombrío y enloquecido.

La acción se inicia durante los Carnavales venecianos, cuando se intenta sacar de las aguas una gigantesca cabeza que simboliza la ciudad, pero la enorme estatua (fantástico icono que deja al espectador impresionado ya de entrada), como si fuera una premonición, se precipita de nuevo a las profundidades de los canales.



Se nos presenta a continuación a Casanova en su modus operandi sexual, manteniendo relaciones con la amante del embajador francés (disfrazada de monja),



el cual observa la gimnasia sexual de la pareja desde un orificio practicado en la pared. Casanova sigue el ritmo de un curioso pájaro mecánico, de claro aspecto fálico, que parece dictar el funcionamiento de las prestaciones del aventurero, al son de la musiquilla juguetona de Nino Rota (que, en su conjunto, entregó una de sus más brillantes partituras para Fellini),



episodio que a mí me trae a la memoria los films de Walerian Borowczyk de aquellos años, como La Bête o Contes immoraux. Fellini no disimula el decorado, al contrario, lo muestra sin disimulo, por ejemplo con un mar de plástico por el que navega en bote Casanova cuando es apresado por las autoridades venecianas, para ser condenado a la prisión (era 1755) por practicar la magia negra y escribir libros heréticos.



En su diminuta celda, Casanova recuerda momentos más felices del pasado, como su relación con una joven costurera, de palidez extrema, uno de los pocos momentos luminosos del film.



Casanova consigue huir de la prisión, por el tejado (de forma inexplicada) e inicia un peregrinaje por diferentes capitales europeas hasta su muerte. En París frecuenta el salón de la marquesa d’Urfé, donde conoce al conde de Saint Germain. En Forli encuentra a la bella e inteligente Henriette (Tina Aumont), una mujer que lo fascina, pero que queda pronto lejos de su alcance, porque es propiedad de un poderoso personaje. En Parma lo vemos como invitado en una fiesta del marqués Du Bois (Daniel Emilfork), que regala a los insistentes un pequeño número escénico en que, vestido de mantis, devora un joven macho, ante el escándalo de la delegación de los españoles (sobriamente vestidos de negro).



Un Londres oscuro y neblinoso marca uno de los episodios más patéticos de Casanova, cuando burlado por dos mujeronas decide suicidarse sumergiéndose en el Támesis. Solo la visión de una mujer gigantesca escoltada por dos enanos despierta su curiosidad y lo aleja de la muerte. Siguiéndola, llega hasta una feria (nueva referencia al mundo circense, a los barracones con freaks) donde se invita a los espectadores a entrar en el interior de una ballena (la Mouna, o sea, la vagina, al parecer según el dialecto de su región), en el interior de la cual se proyectan mediante una linterna mágica imágenes perturbadoras de vaginas dentadas (obra de Roland Topor, uno de los compañeros de Jodorowski junto a Fernando Arrabal en el grupo Pánico, y autor de la novela “Le locataire chimérique”, que Polanski lleva a la pantalla en The Tenant).



En Roma participa en una competición de resistencia sexual en el palacio del embajador inglés, marcando uno de los puntos más bajos de su dignidad, convertido en un mero stallone para goce de un público ordinario y embrutecido, en un fantoche mecánico.





En Berna parece estar a punto de conseguir establecer una relación con una mujer que parece representar sus ideales femeninos, Isabella (Olimpia Cardisi), hija del doctor Moebius, alquimista. Pero la cita que fijan para encontrarse en una pensión de Dresde resulta fallida por incomparecencia. En su lugar, Casanova se deja llevar en una orgía con una jorobada en la que participan diferentes actores y actrices de la compañía que representa “Orfeo y Euridece”. El ballet sexual, practicado en el interior de una especia de cama-armario, es grotesco, dominado por la sombra gigantesca del pájaro mecánico, que acaba derribado.

Después de la representación teatral, en un teatro vaciado (del que hemos visto como se apagan las velas de las lámparas, en una escena de una gran belleza), se encuentra a su vieja madre, que se muestra desconfiada con su hijo, un Casanova que ya ni siquiera obtiene el apoyo materno.



La siguiente etapa (una de mis preferidas) es el salvaje palacio del duque de Württemberg (Dudley Sutton), inmerso en una cacofonía enloquecida, delirante, en la que Casanova se encuentra como perdido. Sola la presencia de una muñeca mecánica, Rosalba (prodigiosamente interpretada por la bailarina Leda Lojodice) despierta su atención (una figura que nos recuerda la Olimpia del relato “El hombre de arena” de E.T.A.Hoffmann). Con ella mantendrá una relación sexual satisfactoria, como si la marioneta en que se ha convertido Casanova solo pueda obtener satisfacción con una igual, una muñeca.



El último episodio lo vivimos en Bohemia, en la corte del conde de Waldenstein, donde un envejecido Casanova trabaja de bibliotecario y es objeto de todo tipo de burlas, como cuando recita a Ariosto entre risotadas groseras, y humillaciones, por ejemplo enganchando con excrementos un retrato suyo sobre las letrinas. Acabado, a las puertas de la muerte (murió con 73 años), tiene un sueño en que se ve a sí mismo en una Venecia de fantasía, donde encuentra a Rosalba, con la que baila una última danza mientras la imagen se desvanece y finaliza el film, no sin que antes Fellini inserte un primerísimo plano de los ojos de Casanova, como si fuera una horrible máscara mortuoria. Un final sencillamente genial, pero extremadamente sombrío y patético.



La versión que conocemos de Casanova no recoge todo lo que Fellini quería filmar, incluso lo que filmó, ya que se le practicaron varios cortes. Entre lo desparecido había un episodio homosexual en un serrallo, donde mantenía relaciones con un hombre negro. En el guion original se le decía de Casanova: “No conoces a las mujeres y no te conoces a ti mismo. No persigues a las mujeres; huyes de ellas. Amar a tantas significa que probablemente lo que buscas es un hombre”. Una vez más, la homosexualidad asoma en un film de Fellini, aunque en este caso se quedó fuera del film.

Casanova, el film más caro de Fellini, costó unos 10 millones de dólares, fue mal recibido por Grimaldi y por los ejecutivos de la Universal. Uno de ellos, según John Baxter, se lamentó: “¡Casanova es vida! Es valor, coraje, fe. Es la alegría de vivir. ¿Comprende, Fefé? ¿Por qué lo has convertido en un zombi?”.

Ciertamente, el film es, por momentos, mortuorio, oscuro, nada más lejos de esa “alegría de vivir” que invocaba el ejecutivo. El propio Fellini se mostró inseguro sobre la película. Por un lado afirmó: “No debería haber hecho nunca esta película. Debería haberla dejado correr. Está será la peor película que he hecho jamás”, pero en otra ocasión se pronunció de forma completamente contraria: “Casanova me parece mi película más completa, expresiva y valiente”. Amén.

Un apunte final sobre la edición en DVD que he visto, una añeja ya de Filmax: mala, tanto en nitidez como en los colores. Una lástima que la edición disponible en BD, de Resen, sea un BD-R de origen dudoso. Una vez más, habrá que buscar algo mejor de importación.