02. La edad de oro (L’âge d’or, 1930)
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Podríamos ver L’âge d’or como una versión 2.0 de Un chien andalou, corregida y aumentada. Triplica la duración e incorpora el sonido (es una película “sonore et parlant”), aunque de esa manera un poco a medio camino característico de la época, es decir, con algunos rótulos, secuencias sin sonido directo, con añadidos sonoros posteriores, o, en los pocos casos en que los personajes hablan, una sonoridad bastante pobre. Hay un detalle interesante: Buñuel introduce la voz en off de los personajes de Gaston Modot y Lys Lys para ilustrar la conversación apasionada que mantienen en el jardín, uno de los momentos culminantes del film, a la manera como hizo Hitchcock en Murder!.
Si respecto a la autoría de Un chien andalou hay versiones para todos los gustos, pero en general parece haber cierto consenso de que se trató de un trabajo colaborativo entre Buñuel y Dalí, en L’âge d’or las cosas ya no están tan claras. Se acredita a Dalí, junto a Buñuel, como autor del “scénario”, pero en esta ocasión hay un concluyente “film sonore et parlant de Bunuel”, que parece singularizar al aragonés por encima del catalán. A diferencia del film anterior, en que se concentraron en Cadaqués para escribir el guion, ahora la relación fue epistolar. Además, Gala había aparecido en la vida del pintor. Buñuel tuvo desde el principio una relación tempestuosa con la que sería la “mujer de su vida” para Salvador. Sea como sea, Dalí no quedó nada contento de la experiencia, la última compartida con su antaño inseparable Buñuel.
Esta vez la financiación corrió a cargo del vizconde de Noialles, que se planteó el film como una suerte de regalo para su esposa, en una forma de mecenazgo aristocrático que, recordemos, le sirvió también a Dreyer para rodar su Vampyr.
La estructura de la película, quizá un poco más narrativa que la de Un chien andalou, se sirve como esta de un prólogo y un epílogo que son quizá los momentos más impresionantes y perturbadores, por extraños e intempestivos.
El prólogo es una suerte de breve documental sobre los escorpiones, filmado con gran precisión, que nos recuerda el profundo interés de Buñuel por la entomología, algo que estará presente en muchos de sus films. El momento en que un escorpión se enfrenta a una rata me ha parecido siempre de una violencia tremenda. Después de un inicio de este tipo, como después del ojo rasgado, el espectador puede esperarse cualquier cosa.
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Pero si el prólogo es desconcertante, el epílogo supera con creces la sensación de extrañamiento. Buñuel introduce en la coda del film un supuesto pasaje extraído de la novela del marqués de Sade “Les Cent Vingt Journées de Sodome”: la salida del castillo de Silling (en el rótulo del film se identifica como “Selliny”) del duque de Blagis y sus tres pervertidos compañeros de orgia, tortura y crimen. ¿A qué viene esa referencia a uno de los textos más duros del “divino marqués”? Pero lo más chocante, y tremendamente provocador antes y ahora, es que el aspecto del duque remite directamente a la imaginería propia de Cristo.
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Es decir, uno de los personajes más depravados de la historia de la literatura adquiere los rasgos del “Hijo de Dios” ... Pero, por si esto no fuera poco, después de ellos sale al exterior una muchacha que parece herida. Blagis la acompaña de nuevo al interior y se oye un alarido de dolor. Blagis vuelve a salir, con aspecto satisfecho, habiendo perdido la barba. Durante todo este fragmento final suenan de manera obsesiva los tambores de Calanda, su primera aparición (que no la última) dentro de un film del aragonés, ruido atronador que proviene de la secuencia anterior. Pero, y aquí viene el giro realmente desarmante, el sonido de los tambores se trueca en una suerte de musiquilla burlona que ilustra el último plano: una cruz de la que cuelgan lo que parecen unas cabelleras.
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Entre una secuencia y la otra, Buñuel vuelva a desplegar los intentos desesperados e insatisfechos de un hombre (Modot, actor que vimos en La règle de jeu de Renoir) y una mujer (Lys). Primero, revolcándose en el barro, en los lunares paisajes del Cap de Creus del Empordà, tan familiares a Dalí.
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Luego, en los jardines de los marqueses de X, padres de la muchacha, en Roma (una Roma que no esconde que se trata en el fondo de París), durante una fiesta. Si en el primer encuentro las autoridades (policía, iglesia) los separa, en el segundo será la aparición de un doliente director de orquesta, que estaba dirigiendo una interpretación de, cómo no, “Tristan und Isolde” el que los interrumpa.
Como en el caso de Un chien andalou, intentar hacer la sinopsis de la película tiene escaso sentido. Me limito de nuevo a resaltar aquellos momentos que más me atraen o fascinan:
- En el Cap de Creus: vemos un grupo de bandidos armados, dirigidos por Max Ernst, que me recuerdan los mendigos de Viridiana. También aparecen los “mallorquines”, unos obispos instalados entre las rocas, primero rezando o murmurando una oración, luego convertidos en esqueletos.
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- Váteres, haberlos haylos: intercalado en el segmento anterior, destaca la imagen de la mujer en el váter, con el sonido de la cisterna vaciándose (¡30 años antes que Psycho!), y un encadenado con imágenes de lava o algo parecido de marcado carácter escatológico.
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- La vaca lechera y la dama en el espejo: la secuencia del dormitorio con la vaca en la cama, seguido de la mujer ante el espejo, por el que se desplazan una nubes, todo bañado con el ruido de fondo de los cencerros, de los ladridos de unos perros que se ha encontrado Modot por el camino, cuando lo trasladan esposado, y del soplo del viento. Esa mezcla de sonidos es extraordinaria.
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- La fiesta: el marqués con la cara llena de moscas; la custodia llegando en taxi; la criada que irrumpe en la sala desde una habitación en llamas; el carro que atraviesa el salón como salido de otra película (aquí uno se espera que en cualquier momento aparezca Harpo Marx haciendo sonar la bocina);
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el guarda que dispara al hijo; el bofetón que le suelta Modot a la marquesa; en conjunto, Buñuel dinamita ese ambiente de la alta sociedad (como hará años después en El ángel exterminador) como los Marx lo hacían, por ejemplo, en la ópera en A Night at the Opera, estrenada solo cinco años después.
- Amor en el jardín: sin duda uno de los momentos culminantes del film y del cine surrealista. Los dedos mordidos, la mano mutilada, la succión del pie de la estatua, todo bañado de nuevo por la música de Wagner.
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Momento interrumpido por la llamada del ministro y su suicidio con el cuerpo caído “hacia arriba”, como una mosca.
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Luego, el diálogo en off: “qué alegría haber asesinado a nuestros hijos”, y el rostro ensangrentado de Modot.
- El desenfreno: Modot, furioso por ver su deseo frustrado, se dedica a lanzar cosas por la ventana: un árbol en llamas, un obispo, un arado, una jirafa encendida, plumas blancas...
Como en el caso de Un chien andalou se podría seguir destacando imágenes de una potencia iconográfica excepcional. La pregunta, quizá, es si tanto el corto como L’âge d’or son o quieren ser algo más que colecciones de imágenes, significantes en sí mismas, o si hay una voluntad unitaria, una cierta voluntad de narrar una historia, por muy hermética y enigmática que resulte. Sinceramente, no lo sé, más bien me inclino a pensar que es el intento de hacer un cine en forma de poema visual, que quizá tiene más de antinarrativo que de surrealista. En este sentido tanto un film como el otro siguen siendo excepcionales. En cierto modo, Buñuel ya no volverá a realizar película tan radicales como estas, salvo quizá en algunos de sus últimos films franceses.
En todo caso, la película generó un escándalo que acabo de forma fulminante con su carrera comercial en Francia, donde estuvo prohibida durante 50 años. Al parecer en España se estrenó en pases privados en 1931, pero también fue rápidamente prohibida, hasta 1978. A pesar de ello, su influencia ha sido extraordinaria.
La próxima entrega supone un cambio brusco: pasamos al terreno del documental (aunque un documental muy especial) con Las Hurdes. Avanzo que tengo la intención de completar el visionado con un film animado de Salvador Simó: Buñuel en el laberinto de las tortugas, que cuenta las circunstancias del rodaje (está disponible en Netflix).