Vistas estos últimos días dos películas alemanas que tratan la problemática religiosa (católica para más señas) de una manera peculiar, aunque muy diferente formalmente.
Por un lado,
Réquiem, de Hans-Christian Schmid, se ocupa del caso real de Annaliese Michel (que también sirvió de base, en una clave genérica muy diferente, a Scott Derrickson en su notable
El exorcismo de Emily Rose), una joven con problemas mentales, sometida a tratamiento psiquiátrico durante un tiempo, que finalmente fue objeto de exorcismos que la llevaron a la muerte por extenuación. El film de Schmid, de tono realista, se inicia cuando la joven Michaela (la película cambia los nombres y en parte los hechos del caso real) va a la universidad en Tübingen, para cursar la carrera de pedagogía, a pesar de la oposición de su madre. Allí entra en contacto con una antigua compañera de instituto y establece una relación amorosa con un joven estudiante. Pero su bien ganada libertad se ve empañada por el acoso de unas “voces y caras”, que ella interpreta como presencias demoníacas, por la imposibilidad de rezar o de tocar un rosario o un crucifijo. La película se abstiene de mostrar nada que no sea las reacciones de la muchacha (bastante terroríficas por si solas, sin necesidad de recurrir a ningún artificio fílmico, algo que sí hacía en cambio el film de Derrickson). Justo cuando su estado se agrava y su familia y los sacerdotes que se ocupan del caso se deciden a iniciar los exorcismos finaliza la película. Un escueto rótulo nos informa de su muerte. Me parece un excelente film, una manera interesante de acercarse al fenómeno de las llamadas “posesiones diabólicas” desde una perspectiva naturalista, casi documental. Espléndidamente interpretada, destaca la joven Sandra Hüller y el actor que interpreta a su padre, Burghart Klaussner (al que conocemos por
La cinta blanca). En el apartado visual, a destacar que la cámara se mueve constantemente a lo largo del film, casi siempre muy cerca de la protagonista, de manera nerviosa, acentuando así la percepción del estado desequilibrado de Michaela.
El otro film es
Camino de la cruz (Kreuzweg), de Dietrich Büggemann. Radicalmente distinta en lo visual, se construye en base a 14 planos fijos (con pequeños movimientos de cámara dentro del plano hacia el final), reproduciendo las estaciones, los pasos, de Cristo en su camino al Calvario. La protagonista es una niña, Maria, que vive bajo la presión asfixiante de una familia católica ultraconservadora (en especial, de la madre, personaje tan aparentemente nefasto como el de la madre de Michaela en el film anterior). Castigada por sus intentos de abrirse al mundo (tiene prohibido incluso participar en un coro de iglesia porque cantan
gospel), acabará asumiendo como misión en la vida su sacrificio personal, para conseguir así de Dios la curación de su hermano, que padece algún tipo de autismo que le impide hablar. Al final, algo extraordinario sucede, algo que nos interroga sobre si a lo que asistimos es a un milagro, y si eso que acontece tiene o no que ver con su sacrificio.
Recomendables ambas para quien se interese por la temática, más allá de ilustraciones truculentas (como del exorcismo ha habido mil) o exaltaciones beatíficas y ñoñas (habituales en el subgénero de los milagros y los martirologios, quizá hoy en día poco frecuentado, pero que tuvo su momento hace años).