Relámpago sobre el agua (Lightning Over Water) (1980)
Primero de todo quiero aclarar que mi comentario no pretende salvar la cara de Wenders, que ni siquiera es un director por el que tenga mucho aprecio (aunque me gustan
El amigo americano y
París, Texas, y sus documentales
Tokio-Ga y
Pina). Se trata de intentar establecer hasta qué punto esta película es un retrato respetuoso o no de los últimos días de Nicholas (Nick durante la película) Ray. La primera cuestión a dilucidar es si se trata o no de un documental. Mi impresión es que no lo es, estamos más bien ante un film híbrido, casi único en su género, no es un documental de un cineasta sobre otro cineasta. Quizá lo más cercano que recuerdo al tipo de film que es sería (salvando todas las distancias, que son muchas)
Fake/Question Mark de Orson Welles.
Analicemos el contexto: estamos en 1979 y Wenders se encuentra rodando
Hammett en los estudios Zoetrope. Después de una carrera exitosa en Europa, con un tipo de cine que entonces llamábamos “de arte y ensayo”, inicia su aventura comercial en Estados Unidos. Durante los tiempos muertos del proyecto, se plantea realizar un film con Ray, que como ya comentamos llevaba desde
55 días en Pekín alejado de la industria del cine. Habían pasado, pues, 16 años, en los que Ray, con graves problemas con el alcohol y otras substancias durante muchos años, acabó dando clases de cine en Nueva York y rodando con sus alumnos, entre otras cosas, el film experimental
We Can’t Go Home Again (del cual salen diversas imágenes en la película). Ray y Wenders no solo ya se conocían, sino que el primero había participado como actor en un film del segundo,
El amigo americano, de 1977, no con un mero cameo, sino encarnando un personaje clave: el pintor Derwatt, supuestamente muerto y del cual Ripley (Dennis Hopper) va vendiendo los cuadros que pinta en la clandestinidad.
De hecho, la primera secuencia, la llegada de Wenders en taxi, reproduce la de Hopper en el film de Wenders (una de las muchas referencias incluidas en el film). La intención de Ray, según cuenta Wenders, era rodar una película que retomase el personaje de Derwatt, pero evidentemente Ray (y Wenders) sabía que tenía un cáncer terminal y que su precaria salud podía condicionar un rodaje que no partía de ningún guion preestablecido. Ya desde el inicio, con ese sobrecogedor travelling en que la cámara se aproxima a un Ray en la cama, tosiendo y luego afeitándose y fumando (y mostrándonos su trasero), vestido con una especie de camisa roja (de un intenso rojo “rayano”),
veremos como se construye la película a partir de dos tipos de materiales. Lo que se rueda en 35 mm, a menudo perfectamente iluminado y encuadrado, sin ningún tipo de aparente improvisación, al menos técnica, y las numerosas imágenes en vídeo (en VHS) que rueda un colaborador de Ray, Tom Farrell.
Wenders dice en el audiocomentario que esas imágenes en vídeo que rodaba constantemente Farrell con una cámara de VHS, que hoy en día parece un incómodo mamotreto, de una calidad bastante mala, a la larga han conseguido retener más verdad que la película de 35 mm. Además, añade, esas imperfectas imágenes parecen ser como si la enfermedad de Ray se infiltrara por los fotogramas del film (“cancer inside film”, metáfora ciertamente muy potente) (y que me ha hecho pensar en
Arrebato, de Zulueta).
Nos sorprende que las vestimentas de Ray tengan casi siempre el rojo muy presente. También que lo filmado por Wenders y Ray (cuenta el alemán que él dirigía las secuencias donde aparece Ray y este lo hacía en las que sale él) tiene una notable calidad de imagen y que no parecen en absoluto imágenes “robadas” al veterano director.
Luego de ese prólogo, que nos muestra la llegada de Wenders y el despertar de Ray, los títulos de crédito aparecen sobre la imagen aérea de un junco chino navegando por el Hudson, trasportando una urna con las cenizas de Ray, mientras suena el tema de la película, “Lightning Over Water”(título, por cierto, que Wenders atribuye a Ray), compuesta e interpretada por Ronee Blakley, mujer en aquel entonces de Wenders, un magnífico tema que me hace pensar en una mezcla de Patti Smith y Jim Morrison.
Más tarde asistiremos a esa conferencia que ha citado Alcaudón en el Vassar College sobre
The Lusty Men. Ray, que viaja hasta allí en una limusina, se muestra atildado, incluso con una cierta coquetería en el vestir, acompañado de su mujer, Susan (unos 40 años más joven).
El director puede iniciar su conferencia de pie, describiendo los anhelos del personaje de Robert Mitchum de tal manera que uno cree que ese retorno al hogar del especialista de rodeos es una invocación al retorno de Ray al cine. Hablando de ese personaje uno tiene la sensación de que está hablando de sí mismo. Wenders, por cierto, no nos muestra cómo acabó la conferencia, que filmaba en vídeo Farrell: con Ray en silla de ruedas y perdiendo bastante el hilo de las preguntas o la coherencia de sus respuestas (se acompaña ese vídeo, de pésima calidad, como extra en la edición de Filmax).
Luego, en su apartamento, lo veremos contemplando imágenes de su film inacabado:
We Can’t Go Home Again (titulo que nos retrotrae a lo que le pasaba a Mitchum en el film citado, la imposibilidad de volver al hogar). Wenders consigue un plano de gran belleza, muy evocador:
Otros momentos que ofrece el film son una estada en el hospital (en el hospital era necesario filmar con el vídeo); un ensayo teatral sobre una obra de Kafka, “Informe para la Academia”, con el actor Gerry Bamman, que parece dirigir Ray (la secuencia contó con la ayuda técnica de Timothy Ray, hijo de Nick y Gloria Grahame),
O una breve secuencia inspirada en “El rey Lear” con Ray postrado en una falsa cama de hospital y la mujer de Wenders, Ronee Blakley, como una de sus hijas, y en la que destaca de manera escalofriante la respiración entrecortada de Ray, ya en una fase bastante final de su enfermedad.
Y por último, esa secuencia que cita Alcaudón, y que ciertamente incomoda en grado sumo: ese primer plano sobre Ray (la última vez que aparecerá en pantalla), un Ray que parece perder el control, y que termina en un tenso “Corten / No corten”. ¿Abusó aquí Wenders? ¿Debería haber quedado este plano en el suelo de la sala de montaje?
Quizá el espectador lo hubiera preferido, pero yo no lo veo como una falta de respeto hacia Ray. Todo el proyecto se mueve en el filo de la navaja, porque todos los implicados, empezando por Ray, sabían que la enfermedad era terminal, y que solo se podía esperar que fuera a peor. Y a pesar de ello Ray quiso continuar (según cuenta Wenders, con el beneplácito de los médicos, que consideraban que lo único que mantenía vivo a Ray era precisamente rodar el film). ¿Nos lo creemos? Allá cada uno con su valoración, pero en todo caso me parece más recomendable para quien se interese por el film verlo que no apuntarse a lo que se puede “leer por ahí”.
Todavía nos quedará un epílogo, casi fordiano: toda el equipo técnico, con Wenders a la cabeza, celebran un funeral en la bodega del junco chino, con mucho alcohol como mandan los cánones, mientras navega por el Hudson, y en cubierta junto a la urna con las cenizas de Ray hay una cámara de cine y una moviola.
A mí me parece un cálido homenaje a Ray y al cine. Otros quizá verán un aprovechamiento del veterano director en beneficio de Wenders. Recordemos, no obstante, que estuvieron presentes su mujer, su hijo, y numerosos amigos y colaboradores (entre ellos, fugazmente, hacia el minuto 50, podemos ver a Jim Jarmusch, uno de sus alumnos, que dedicó su film de debut,
Permanent Vacation, al maestro). Por cierto, en relación con Jarmusch, hay un momento en que se sobreimpresiona sobre la pantalla una parte del dietario de Ray, escrito a mano con su letra. Esto me ha hecho pensar en
Patterson, en cómo se muestran en pantalla los poemas del protagonista.
Acabo con un dato importante y quizá vital para la polémica: Wenders, ocupado en
Hammett, dejó el montaje de la copia que se exhibió en Cannes a su montador, el alemán Peter Przygodda, habitual colaborador suyo, que entregó una versión de 116 minutos, mucho más dura, que fue mal recibida en el festival. Wenders montó de nuevo el film hasta conseguir la versión que conocemos, de unos 90 minutos, la oficial y única hoy en día, ya que según Wenders se destruyó el resto de negativo (aunque parece ser que puede haber alguna copia por algún lado). Aquí sí que creo que Wenders merece una crítica: un proyecto tan personal, tan delicado, no podía dejarse solo en manos del montador, por muy colaborador habitual que fuera. ¿Qué eliminó Wenders? Como no estuve en Cannes en 1980 y no creo que pueda ver nunca esa otra versión, me quedo con lo que tenemos. Y lo que tenemos, a mí me ha parecido un film muy interesante, hecho con respeto por el cine y por Nick Ray. Y de lo que estoy seguro es que Ray no se prestó inocentemente a una encerrona de Wenders, sino que tenía que ser muy consciente de lo que podía acabar saliendo en pantalla, más allá de un plano en concreto, que siempre resultará discutible en un proyecto de este tipo.
Y con esto acabamos el ciclo Ray, aunque el incansable Alcaudón nos promete unos “bonus tracks” con los films donde Ray participó sin acreditar.
Ha sido un placer compartir con Alcaudón (a pesar de, o quizá precisamente por, algunas discrepancias, como respecto a esta película) y con todos vosotros esta revisión de una obra apasionante y apasionada, incluso durante este doloroso epílogo. Si se dice que el sueño de un actor de teatro es morir en el escenario, el de un director de cine quizá sea hacerlo ante una cámara.