Revisión de un clásico de la ciencia ficción (más bien, de las fábulas distópicas):
Rollerball, de Norman Jewison. Hacía muchos años que no la veía y no tenía demasiado buen recuerdo de ella. Ahora, en cambio, me ha parecido un buen film, muy en la línea de otras distopías de la época, como
Soylent Green, de inequívoco sabor setentero, para lo bueno y lo malo. Un mundo dominado por las grandes corporaciones empresariales ha eliminado las guerras nacionales y mantiene un
status quo social dominado por una élite que gobierna las corporaciones y que parece mantener a raya a las clases bajas con mucho “pan y circo”, en este caso un deporte violento, el
rollerball, que nos trae a la memoria las luchas de gladiadores en los circos romanos. El film se inicia de forma casi documental: unos 15 minutos sin pausa en que vemos un partido de cuartos de final (Houston – Madrid!!!), la victoria de los locales y la celebración en los vestuarios, con la arenga del patrón de la corporación (un excelente John Houseman). El líder del equipo es Jonathan E. (un aguerrido James Caan) a quién le proponen que se retire justo antes de las semifinales ante Tokio (vamos, como si se lo pidieran a Messi o a Cristiano antes de una final de Champions). Jonathan no comprende el porqué de la petición, pero la presión cada vez será más fuerte, más todavía cuando se clasifiquen para la final contra Nueva York. En este último partido se modifican las reglas del juego, ya de por sí bastante violentas, de manera que se convierte en un enfrentamiento mortal (lo que todavía acerca más el
rollerball a la lucha de gladiadores). Pero Jonathan va a mantener su dignidad hasta el final, no cediendo ante nada. El individuo vence a los poderosos, lo cual se lo reconoce la masa gritando al unísono su nombre (lo que me ha recordado un poco a Espartaco).
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Vista también
Incubus, de Leslie Stevens (el principal responsable de la serie
The Outer Límits) una curiosísima película rodada en esperanto, con William Shatner de protagonista. Temáticamente, se puede inscribir en el género de terror o más bien fantástico: asistimos a la lucha entre unos seres infernales, diabólicos (así Kia, Allyson Aimes) y los mortales. Kia está algo harta de arrastrar a la muerte solo a almas malvadas, por lo que se obsesiona a atraer a un hombre bueno, en este caso Marc (Shatner). Eso nos va a llevar a un enfrentamiento entre las dualidades clásicas: el bien y el mal, lo divino y lo diabólico, el día y la noche, la luz y las tinieblas, casi como si de un film de Murnau se tratara. La película está rodada con gran libertad formal, atrevida en lo visual (con fotografía de Conrad Hall, un habitual de
The Outer Limits). Las interpretaciones resultan algo encorsetadas, quizá en parte debido a la lengua utilizada, pero a pesar de todo el esperanto no suena extraño (aunque leo por ahí que la pronunciación de Shatner era bastante incorrecta). Una curiosidad adescubrir.
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